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domingo, 27 de noviembre de 2011

ESCUADRÓN 332 (THE TUSKEGEE AIRMEN)



SINOPSIS. 1943. La Segunda Guerra Mundial llega a un año clave en el frente africano y occidental. Los Aliados precisan un impulso en sus ofensivas, lo que les lleva requerir de todo su potencial en material y personas. Es en este último punto que, para mantener la fuerza de sus ofensivas, reclutan a hombres de sectores tradicionalmente vetados a sus Fuerzas Armadas. Por ello, ya desde 1942, en el campo de aviación de Tuskegee comienza su entrenamiento un grupo de hombres de color, los primeros pilotos de color de las Fuerzas Aéreas Americanas (USAAF), entre los que destaca el soldado Lee (Lawrence Fishburne). Es, en suma, la vida de unos hombres que se incorporan al Ejército para luchar contra sus enemigos pero también para combatir los prejuicios convencionales, precisamente en el bando que luchaba, en teoría, por la libertad y la igualdad; pero no todos resisten la presión.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. “Escuadrón 332” es una película cuyo contenido basta para colmar sobradamente los  requisitos de la suficiencia en los aspectos esenciales de una película decente. Sin embargo, de ahí a que podamos hablar de una gran película media un buen trecho. Pero lo que si es debido es reconocer las virtudes de esta producción, punto en el que destaca el esfuerzo realizado en cuanto a medios técnicos, escenografía y ambientación que, aun considerando sus errores, logra pasar dignamente para el espectador medio para convertirse en algo más que una película de domingo por la tarde. Si se entra en otro tipo de disquisiciones o en un análisis más riguroso quizá no dé la talla, pero pese a eso habría que persistir en aquel reconocimiento.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Es debido indicar que el hecho de que la mano de la productora HBO esté detrás de esta película no lo consigue todo. La factura general se empapa del cariz propio de las películas en las que aquella interviene, pero la tara más considerable está en la trama. La perspectiva del reconocimiento a los soldados de color en el ejército americano, y los pilotos en particular, es un justo tributo y, a la par, un afirmación de las dificultades internas con las que por su condición se les afligía. El problema surge cuando ese tributo que se les rinde empieza a degenerar , y sin mucha creatividad, en una suerte de endiosamiento de estos hombres, especialmente el teniente Lee, lo cual hace que la verosimilitud de la película empiece a difuminarse. Los dilemas internos de tono elevado, el tono de superioridad del que se impregnan y su prácticamente nula infalibilidad potencian esa deificación que distancia a los personajes de la realidad que reflejan. Tanto es así que el tema principal, la causa de su lucha por la igualdad en el seno del ejército, pasa a un segundo plano a favor del tan repetitivo heroísmo patrio empapado de prototipismos y arquetipos.


COMPARACIÓN. Hay que decir que los hombres de Tuskegee no tenían hasta la salida a escena de “Escuadrón 332” ninguna película íntegramente dedicada a ellos como homenaje en el cine, punto en el que esta película supone una novedad cinematográfica. Es cierto que aparecen ocasionalmente en otras películas como en “La guerra de Hart”, en la que se muestran los mismos dilemas desde la perspectiva de los campos de prisioneros. Hay destacar aquí que, presumiblemente a comienzos de 2012, saldrá al mercado la moderna versión de la aquí comentada, con el título “Red Tails”, en alusión al signo distintivo de esta fuerza aérea. A la luz del trailer, las impresiones a nivel técnico parecen buenas, si bien con el mismo aspecto patriotero. Veremos qué nos depara.


HISTORIA. Obviamente, “Escuadrón 332” es una recreación de las vivencias de este grupo de pilotos que, además de con el enemigo, tuvieron que luchar contra las constantes trabas que sus compañeros les ponían.

En términos históricos resulta evidente que los miramientos hacia los soldados de color, y no sólo negros, han sido una constante en el ejército americano, tan amigo de enarbolar la bandera de la tolerancia. De hecho, el proyecto de su ingreso, tal y como refleja la cinta, venía constituyendo un experimento: el experimento Tuskegee, dirigido por el Coronel Benjamin O. Davis Jr. En marzo de 1942 se integró la primera tropa de pilotos negros, el 99º Escuadrón de combate, destinado al frente africano. El número iba aumentando con el tiempo y a finales de ese año varios escuadrones fueron fusionados en el Grupo de Combate 332. Sin embargo, ya sumidos en plena contienda, la desconfianza generada por su condición les relegó a funciones secundarias atacando bases de abastecimiento o nudos ferroviarios mediante ataques en superficie. Pasaría un tiempo hasta que pudiesen verse las caras con pilotos de la Luftwaffe alemana. Una vez lograron acceder a los combates con pilotos alemanes se les destinó a funciones de escolta de los bombarderos B-17, ganándose la fama por el hecho de que ningún bombardero escoltado por ellos hubiese sido derribado. Los alemanes los denominaron “Pájaros negros de cola roja”.


Sin embargo, los resultados arrojados por sus estadísticas (como su pseudo-imbatibilidad o su destreza en el combate) precisan ser pasados por el tamiz de la realidad de las circunstancias. Aun siendo cierto, hay que tener presente que le grueso de los aviones del 332 fue destinado a los frentes menos relevantes en términos tácticos y allí donde la Luftwaffe carecía apenas de efectivos. Así, por ejemplo, fueron destinados a Italia, donde el mariscal Pietro Badoglio buscaba la rendición de los italianos ante los Aliados, los alemanes se hallaban en pleno repliegue (aun a pesar de las reticencias de Kesselring) y las fuerzas aéreas del Eje no tenían apenas efectivos. Nunca llegaron a combatir en los puntos de combate más duros ni se enfrentaron a los ases de la Luftwaffe como Erich Hartmann o Gerhard Barkhorn.


En esta cinta se rinde un homenaje al mítico P-51 Mustang que destacó en los años finales de la guerra y del que, como no podía ser menos, también dispusieron los “Pájaros negros de cola roja”. Sin embargo, es un tributo más acogido al convencionalismo que a la realidad dado que el Mustang, siendo uno de los mejores aviones de la contienda, carece del aspecto mítico de haber combatido desde el inicio de la contienda y en batallas decisivas como habían hecho otros contemporáneos suyos como el Supermarine Spitfire, el Hawker Hurricane, el Thunderbolt P-47 o el Messerschmitt Me-109.


APARTADO TÉCNICO. Sin duda alguna, el valuarte técnico de “Escuadrón 332” viene constituido por la aparición en escena del Mustang P-51, punto en el que esta película supone una buena oportunidad para su contemplación. A este lo acompañan los biplanos de entrenamiento así como un avión de entrenamiento AT-6 y unos cuantos bombarderos B-17. Por lo demás, algo que provoca cierta desazón es la notoria ausencia de elementos técnicos del bando alemán, lo cual daría un empuje considerable a la trama en cuanto a verosimilitud y apego a la realidad. Resulta destacable, si bien es disculpable dado el contenido de la película, la ausencia de elementos de combate de tierra, muy limitados y con circunstanciales apariciones. Son sobresalientes las escenas en las que puede verse desde la cabina del piloto la fila roja de balas trazadoras.


ERRORES. Es sorprendente que, tratándose de una producción de la HBO, en este punto existan errores e incongruencias a raudales. Nadie está libre de pecado, pero el hecho es que sorprende.

El primero y más evidente es el uso, y abuso, en lo que toca a la presencia del Mustang P-51, cuya ubicación en el frente africano y, lo que es peor, en los años 1942-1943 es absolutamente errónea. Su uso generalizado no se produciría hasta el año 1944 (últimos días de 1943, a lo sumo) en labores de escolta de la diezmada 8ª Fuerza Aérea. En este sentido, en lo que toca al film, sería mucho más acertada la presencia del Thunderbolt P-47, sin que la película perdiese espectacularidad por ello.

Otro error fácilmente perceptible reside en las imágenes de los cazas americanos pilotados por los pilotos negros atacando los puntos neurálgicos del Eje en el norte de África. Sin dificultad alguna pueden verse los paisajes de árboles y vegetación que nos indican que probablemente se trata no del norte de África, sino de los ataques sobre Normandía.

Pueden notarse serias incongruencias, como el hecho de que en las explicaciones teóricas en ningún momento los novatos pilotos plantean alguna suerte de duda, toda vez que lo más habitual en esas sesiones, de no ser explicado, eran las cuestiones sobre cómo afrontar a los aviones enemigos según el modelo.

Mayor atención requieren los siguientes errores. Así, a su llegada al campo de Tuskegee, vemos como uno de los pilotos negros inicia la lectura de “Stick and Ridder”, libro de Wolfgang Langewiesche que constituye uno de los manuales de referencia históricos en cuando a monoplanos y aviones de ala fija. El problema es que este libro fue escrito y publicado en 1944, dos años más tarde del tiempo en que se ubica en la trama.


En lo que toca a los aeroplanos, se incurre insistentemente en el error de poner en combate al Mustang con bombas en las alas; no supone un error tanto el hecho de que las portasen sino desde el momento en que combaten con los cazas alemanes portándolas, lo que supone una pérdida de sus mayores ventajas comparativas: la velocidad y capacidad de maniobra. Además, por momentos aparecen con dichas bombas en ciertas escenas para, en la siguiente toma, aparecer sin rastro de ellas.

Además, a lo largo de la película destruyen en cuatro ocasiones al mismo Messerschmitt Me-109, el cual, además, no lleva el número de identificación de su escuadrilla. También, en un arreglo de una escena histórica e inverosímil, se puede ver cómo el teniente Lee acomete con su Mustang a un crucero alemán disparando con las ametralladoras del aquel, escena tras la cual el barco estalla.

LA FRASE. “Su privilegio será vivir en el aire y morir en el fuego”. (Coronel B. Davis). Esta sentencia, que da curso al inicio de su formación, constituirá la fuente de motivación de los pilotos a lo largo de la película, tanto para combatir al enemigo como a las circunstancias que a ellos mismos les afligen. En otro orden de cosas, no tienen pérdida alguna de las frases que sus compañeros les dedican: “Este no es su país. Su país está lleno de monos, de gorilas, de malaria y de misioneras. (…) No hay gorilas en Harlem”.


PARA QUIEN. Como se ha mencionado más arriba, para los fans del Mustang P-51, aunque sea fuera de sus circunstancias históricas reales, es una película que brinda muy buenas imágenes de este señero aeroplano. Por lo demás, en lo estrictamente histórico, resulta aceptable para conocer algo la historia de los hombres de Tuskegee pero, teniendo presente y quedando supeditada, a lo que ofrezca el análisis de “Red Tails” que, de buenas a primeras, promete (aunque en el mismo trailer se advierten errores).


VALORACIÓN. No cabe duda de que se trata de una película de impronta novedosa en cuanto a la temática, pero prototípica y hagiográfica en el desarrollo, circunstancia que provoca que la trama vaya perdiendo fuelle y que el interés se centre más en la espera de combates aéreos que en la propia lucha y reivindicación de los pilotos negros. Sin embargo, la película tiene buenas escenas en las que, insisto, la mano de HBO es perceptible, razón por la que “Escuadrón 332” no desmerece un visionado.

martes, 1 de noviembre de 2011

EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI (THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI)



SINOPSIS. Película basada en la novela del mismo título de Pierre Boulle. A un campo de prisioneros ubicado en medio de la selva tailandesa llega, en 1943, un numeroso grupo de prisioneros ingleses mandados por el coronel Nicholson (Alec Guinness). No tarda en enemistarse con el coronel Saito (Sessue Hayakawa), al mando del campo de prisioneros, por su modo de gobernar el campo y sus polémicas medidas, sobre todo por los trabajos forzados de los oficiales en la construcción de un puente sobre el río Kwai, algo prohibido por la Convención de Ginebra. La abnegación de Nicholson lleva al coronel nipón a adoptar todo tipo de medidas con el inglés lo que dará lugar a una curiosa evolución en su relación. Entretanto, el mayor Shears (William Holden) de la armada americana, hecho prisionero tras la batalla del estrecho de Sonda, intenta fugarse a toda costa del campo teniendo tal intento un sorpresivo resultado y que él no se espera.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Al hallarnos ante un clásico de clásicos se hace difícil concretar un aspecto que resulte más notable que otro, dado que lo que hace de esta película un referente es la combinación de todos los detalles presentes en ella. Precisamente por ello, creo que no es equívoco señalar a este respecto el trabajado ritmo narrativo como el más destacable: la simple trama inicial reducida al campo de prisioneros transmuta en una diversidad escénica sin que el espectador pierda ni la más mínima noción del desarrollo de la película. A ello contribuye, obviamente, el gran reparto con Alec Guinnes a la cabeza, pero también con unos actores secundarios que realizan un papel muy correcto, y la ambientación general conseguida a base de rodajes en parajes selváticos inhóspitos. No puede pasarse por el análisis de lo mejor de este clásico sin mentar, al menos, la adaptación “silbada” que los sucios y macilentos soldados británicos hacen de la “Marcha del Coronel Bogey” a su entrada en el campo de prisioneros y que ha pasado a ser una de las más rememoradas escenas del cine bélico. Tampoco pueden olvidarse los pequeños diálogos y detalles de tono humorístico que riegan toda la película (véase el calendario con la sugerente chica en el despacho del cruel e inflexible Saito).


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Quizá por la misma y esencial razón de que se trate de un clásico, haciendo el ejercicio de una mirada retrospectiva desde el cine actual, ciertos acontecimientos de la trama o comportamientos de personajes resultan un tanto previsibles, hecho que trastoca la incertidumbre y la atención generada a medio de otras circunstancias en el espectador. El ejemplo más evidente es el soldado Lloyce, integrante de un comando británico, el cual, para formar parte del mismo, es preguntado acerca de su capacidad para, llegado el caso, utilizar el cuchillo para matar sin contemplaciones, ante lo que el joven Lloyce se muestra dubitativo. No hace falta ser un visionario para intuir lo que los acontecimientos le van a deparar.


COMPARACIÓN. Durante los años cincuenta, sesenta y, en menor medida, setenta del pasado siglo el cine de aventuras de ambientación bélica era una constante temática. Las hazañas de grupos de asalto u osadas infiltraciones en las líneas enemigas eran una fuente de éxito casi segura, algo a lo que David Lean, el director, no fue ajeno. En este sentido, “El puente sobre el río Kwai” fue de las pioneras no sólo en cuanta al hecho de tratar esa temática sino también por imbuir el tema de los campos de concentración aprovechando aquella moda y otra suerte de cuestiones (como los dilemas psicológicos del soldado Lloyce). Así, los parecidos que resultan son diversos en cualquiera de ambos temas: “Comando en el Mar de la China”, “Prisioneras deguerra”, su propia y discreta sucesora “El regreso del río Kwai”, o, en el frente occidental, “El desafío de las águilas” o “La guerra de Hart”. Es precisamente ésta última respecto a la cual se atisba un parecido notable por no hablar ya de inspiración directa en la producción de David Lean. Ello resulta evidente en el enfrentamiento del oficial americano y el comandante alemán que puede observarse en “La guerra de Hart” cuya evolución, como en “El puente sobre el río Kwai”, va marcando el devenir de los acontecimientos. No obstante, el enfrentamiento de Nicholson y Saito desprende una mayor carga psicológica, convirtiéndose en un pulso constante y tenso entre la obstinación del primero y el autoritarismo del segundo, escena tras escena y que casi se puede adivinar en cada mirada.


HISTORIA. Aunque en el film prescinda de las circunstancias puramente históricas so pretexto de centrarse en el desarrollo de la novela de Pierre Boulle, se hace necesario una concisa contextualización que permita conocer las circunstancias en las que se mueve el film, más allá de la recreación de la construcción del puente sobre el río Kwai, efectivamente construido, hoy reconstruido en acero.

En la época recreada por la película, esto es, mediados del año 1943, Siam (la actual Tailandia) era ya un estado aliado a Japón (lo era desde 1942) y, por lo tanto, integrado a medio de este en el Eje Roma – Berlín – Tokio, al igual que muchas de sus vecinas naciones como Birmania, países que abrazaron las promesas de guardar la independencia que los japoneses les ofrecieron como contraprestación. Japón, en su ánimo de controlar el sureste asiático comenzó a dotar a dichos territorios de infraestructuras de las que favorecerse para el transporte de tropas y pertrechos para los amplios frentes que mantenía en el sureste asiático continental, uno de cuyos muchos ejemplos es el puente sobre el río Kwai.


Sin embargo, ese año, 1943, marcó el inicio del declive de la expansión japonesa. Los numerosos frentes mantenidos, entre los que se encontraban la prolongada guerra mantenida con China desde 1937 y la ocupación de las diversas islas del sureste asiático, originaban un complejo entramado estratégico para el abastecimiento. Por esa razón, los americanos en marzo de 1943 dieron inicio a la operación Cartwheel, cuya cabeza pensante era el mediático general Douglas MacArthur, la cual tenía por objeto la captura de Rabaul (Filipinas) para aislar a las fuerzas japonesas respecto a Tokio y cortar y entorpecer el abastecimiento de sus tropas del sureste asiático, además de su uso como base de operaciones. El éxito de tal operación, unido a la derrota de los japoneses en la batalla naval del Golfo de Leyte (lo que hizo perder a los nipones el territorio filipino) y la presencia cada vez mayor de tropas americanas originaron un lento pero inexorable declive del imperio japonés.


En lo referente a los campos de prisioneros japoneses resultan llamativas las condiciones de dureza reflejadas en el film, simbolizadas en “el horno” una minúscula celda situada a pleno sol en la que el coronel Nicholson es encerrado. Efectivamente, los campos de prisioneros japoneses se hicieron famosos por el estricto régimen mantenido en su interior. No obstante, a pesar de la rigidez normativa y las severas medidas adoptadas por los oficiales japoneses en los métodos de trabajo, la mayoría de las muertes eran provocadas por las condiciones naturales de los parajes selváticos en los que los campos se situaban. Tanto en los campos como en el combate, las bajas por enfermedades tropicales hicieron en todo momento menos mella en los japoneses dada su larga experiencia en estos territorios, para cuya invasión habían dispuesto de más tiempo de preparación, también en lo que a las enfermedades respecta.

La querencia japonesa por imponer las condiciones más duras en sus campos obedece a su diferente idiosincrasia para con el arte castrense y no a una querencia gratuita por la muerte de los soldados británicos: para los japoneses, tal y como Saito expresa en su discurso, la rendición es el resultado más deshonroso para todo aquel que tenga la categoría de soldado y que, por ende, al igual que la traición o la deserción, constituyen comportamientos inaceptables e infames, por lo que no merecen ninguna suerte de buena consideración. Sólo los definitivamente derrotados merecían mejor consideración, en cuyo caso la benevolencia en el trato podría ser considerada. Pero, a los ojos de los militares japoneses, el hecho de que los oficiales enemigos fuesen los que diesen la orden tan ignominiosa de rendirse es lo que daba lugar a la concurrencia de culpas y lo que originaba que a ellos se extendiesen los trabajos forzados en régimen de castigo.


Los reproches de Nicholson a Saito aludiendo a la Convención de Ginebra, aun siendo la conducta debida en tales circunstancias, son la excepción. Sobre este particular, cabe señalar que los británicos no destacaron precisamente por cumplir tales tratados respecto de los prisioneros de guerra ya que son numerosos los ejemplos que constatan prácticas abominables que los británicos llevaron a cabo; sirva de ejemplo la medida desesperada de denegar agua y comida durante días a los soldados alemanes e italianos que fue adoptada por las tropas del general Ritchie en el norte de África para obtener confesiones acerca de los planes de Rommel (hecho del que este deja constancia en sus Memorias). Algo que nada se compadece con los “mejores valores occidentales” de los que Nicholson hace gala. Una vez más, la historia la cuentan los vencedores que, por supuesto, siempre son los buenos.


APARTADO TÉCNICO. Lo llamativo de “El puente sobre el río Kwai” es que logra erigirse en una de las grandes películas del universo bélico cuando la dotación armamentística es realmente reducida o prácticamente nula. Podría decirse que todo lo que se muestra son apenas tres o cuatro fusiles japoneses Tipo 38 que portan los guardias, otros tantos subfusiles Sten - Mark I en manos del comando de asalto, un mortero y una ametralladora. Poco más. En otro orden de cosas, sí es logrado el apartado de las indumentarias, tanto desde el punto de vista de los harapientos uniformes de los prisioneros británicos como desde las correctas vestimentas de los soldados japoneses o del comando de asalto, pasando por la amplio vestuario mostrado por el coronel Saito, entre los que sobresale el uniforme de gala que porta el día en que conmemora la victoria japonesa sobre Rusia en 1905.


ERRORES. Pese a la grandeza del nombre de esta producción, la época en que fue realizada obligaba prácticamente a la presencia de errores, toda vez que el cine bélico de entonces amparaba más su éxito en la trama aventurera que formase el nudo de la historia que en criterios de exquisitez táctica o técnica. Por ejemplo, a este respecto puede observarse como lo japoneses introducen en el campo una ametralladora Vickers, típica del ejército británico, para coaccionar a Nicholson que, si bien pudiese tratarse de una capturada, es exagerado el propósito para el que se la trae al film. Por otro lado el Sten - Mark I se hace obsoleto para el año 1943 como para ser portado por un comando de asalto. Ya desde una perspectiva de lógica hay piezas que no terminan de encajar en el desarrollo. Así, cuando la película da apenas inicio podemos ver como Shears está procediendo al entierro de un compañero en el cementerio del campo, al tiempo que lamenta las constantes muertes que se producen por las inhumanas condiciones del campo y por el inclemente coronel Saito (al que alude como si de una enfermedad más se tratase); paradójicamente, durante los meses que duran los trabajos en el puente apenas mueren un par de prisioneros. Otro error de lógica puede apreciarse en una de las reuniones que en su despacho mantiene el coronel Saito con Nicholson tras haber sacado a este del “horno” en el que había permanecido durante días sin apenas haber comido o bebido: a pesar del fatigoso e irregular paso que realiza, fruto de su duro y largo encierro, resulta llamativa la fortaleza que presenta, hasta en su voz, una vez da un par de sorbos a un vaso de whisky al que Saito le invita.


LA FRASE. “En circunstancias normales la obligación del soldado que cae prisionero es intentar la fuga pero mis soldados y yo nos hallamos en una particularísima situación legal que usted desconoce: en Singapur recibimos la orden de rendirnos firmada por el Alto Mando. La orden ¿comprende? Así que en nuestro caso la fuga podría ser una infracción de las leyes militares. Curioso ¿no? (…) Sin leyes, comandante Shears, no hay civilización” (Coronel Nicholson a Shears). Constituye un perfecto resumen, no sólo del porqué de su apego a los códigos militares y respeto hacia los mismos, sino también del cómo dar a entender tales normas a los soldados rendidos. Algo que, no obstante, no fue una doctrina unánimemente seguida en la contienda y, pese a lo que pueda creerse, mucho menos en el bando aliado. Nicholson reitera los motivos al doctor Clipton: “Vuelva a fijarse, Clipton. Algún día terminará la guerra y espero que todos los que crucen por este puente en años venideros sepan cómo se construyó y quién lo construyó: no un grupo de esclavos sino de soldados, soldados británicos”.


PARA QUIEN. Sencillamente para todos los públicos. Aun tratándose de un clásico del cine, con sus manidos temas y su defectos, constituye una buena muestra del cine bélico bien hecho y sin tergiversaciones malévolas ni voluntad de adoctrinamiento. Una entretenida historia que merece ser vista y disfrutada de principio a fin. El contenido histórico, dada su escasa contextualización, es bajo, como también lo es la escasa presencia de la temática amorosa. Es precisamente eso lo que consigue dar un logrado resultado final en los demás temas.


VALORACIÓN. Las diferencias que, a título de curiosidad, mantuvieron el autor de la novela y los guionistas del film, también en las recogidas de los diversos premios, podrían haber hecho añicos el renombre de esta producción. Sin embargo “El puente sobre el río Kwai” ha perdurado como uno de los grandes clásicos no ya del cine bélico sino del séptimo arte en general. Aun teniendo en cuenta la pobreza obligada por las circunstancias en algunos puntos del film, el resultado final es una película fantástica que no ha hecho sino sobrevivir al paso del tiempo de una forma notable. El final, sorprendente y lleno de acción constituye la guinda para una gran película.

lunes, 10 de octubre de 2011

ISPANSI (ESPAÑOLES)



SINOPSIS. Corre el año 1936 y España se dirige a uno de los episodios más convulsos de su Historia: la Guerra Civil. Es en estas circunstancias que la República envía a 3.000 niños a la Unión Soviética con el pretexto de ponerlos a salvo de la contienda y las circunstancias de la guerra. Beatriz (Esther Regina), hija de una asentada familia cuyo hermano y padre son falangistas, al enterarse del inminente traslado de los niños de los orfanatos a territorios soviéticos, decide robar los documentos de identidad de una republicana muerta y participa en el cuerpo de profesores voluntarios para cuidar  a dichos niños, uno de los cuales es en realidad hijo suyo pero que terminó en el orfanato por el hecho de que ella no estaba casada. Pero su viaje, largo y tedioso, le conduce a través de Europa hasta que, en 1941, se encuentra en medio del enfrentamiento germano-soviético. La claudicante situación del Ejército Rojo ante el avance de los alemanes, complica y dificulta su ya de por sí duro viaje. Un Comisario Político de la Unión Soviética llamado Álvaro (Carlos Iglesias) se les une e intenta ayudarles. Las complicaciones se van sumando.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Si hay algo que pueda quedar en la memoria visual del espectador en “Ispansi” y sea digno de ello es sin duda la escena en la que irrumpe en la trama la División Azul. Viendo el desarrollo de la cinta en ciertos momentos, y el ya consabido tono tendencioso del cine español sobre estas cuestiones, uno se espera una imagen demonizada de los soldados de la División Azul (División 250 de la Wehrmacht). Sin embargo, son reflejados  sin ningún propósito denostador, sin ninguna suerte de fanatismo. Es por ello que resulta sumamente interesante el encuentro que mantienen con las divisiones de las SS alemanas y, posteriormente, la conversación con los fugitivos republicanos españoles. Sin duda una buena, aunque exigua oportunidad de ver a aquellos soldados españoles en el cine, como pocas veces se ha hecho. Escenas como la que Carlos Iglesias nos regala es imperativo valorarlas más allá de su verosimilitud pues no es menos cierto que sería en vano la espera de que el cine foráneo fuese a dedicarle alguna película o escena a la División Azul o les preocupe la historia de los fugitivos republicanos.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. En concretas escenas, que no pocas, “Ispansi” muestra una trama que parece reticente a abrazar los arquetipos, prejuicios y la impronta tendenciosa que suele caracterizar el cine español, sobre todo el más reciente, en lo tocante a temas históricos de los años ’30 y ’40. Y lo hace en diversas ocasiones a través de imbuir a la trama un semblante de alegoría pacifista gratuita que se desdibuja a cada segundo de película para terminar en una simplona y perversa conclusión de que la guerra en España fue una guerra entre hermanos pero en la que unos (se intuye quienes) tuvieron más culpa que los otros. A ello cabe sumar el excesivo talle que supone para el director el construir la trama una vez entra en la contienda bélica mundial, ya que se pierde en una dispersión temática que no encuentra como reconducir.

COMPARACIÓN. No es el cine español muy dado a explorar los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Me atrevo a decir que más que por carencias técnicas, del todo comprensibles dada la alta exigencia que ello impone, se trata en realidad de una nueva manifestación de lo partidario y sesgado del poder creador de nuestros cineastas actuales, más propensos a recrear a su “saber y entender” la Guerra Civil en películas como “Soldados de Salamina”. En época franquista ya se había rodado “La Patrulla” pero la perspectiva es notablemente distinta dado que únicamente tiene un propósito propagandístico anticomunista y más que creador en sí.  Lo que hace acreedora a “Ispansi” de una mínima gratitud es que, aun cayendo en esa tendencia, intenta por momentos no hacerlo y guarda cierta consideración para con los no republicanos o, como se ha referido ya, con los soldados de la División Azul. Esa es, aunque resta camino por hacer, la tendencia que podría llevar a hacer grandes películas en España acerca de la temática una vez nuestro cine se desprenda de ese fervoroso y  febril rencor en el quehacer cinematográfico.


HISTORIA. Lo que, en suma, “Ispansi” nos viene a mostrar es un paseo por una Europa sacudida por los acontecimientos del momento y estremecida por su inestabilidad y la que luego asolaría Europa desde el particular punto de vista de una española, Beatriz, que vive como puede en sus dificultosas circunstancias familiares y que, al tiempo que va viendo el desarrollo de los hechos, nos va dando una perspectiva de los mismos.


Resulta, bastante llamativo, tanto desde el una óptica histórica como cinematográfica, que una película consiga aunar las diferentes “Españas” del  entonces desde un único punto de vista; no obstante lo cual, la cinta remata por abrazar una dinámica republicana filosoviética. Y en cierta medida es justo el tributo a los fugitivos españoles (entre ellos los casi 1500 niños y 40 profesores) que, huyendo de la guerra patria y de los vencedores de la misma bajo el temor a duras represalias, se dispersaron por otros países europeos, como Francia, Suiza o la URSS. Fueron precisamente los que se cobijaron al amparo del régimen soviético esperando el mejor de los tratos por su proveniencia republicana, so pretexto de su afinidad ideológica, acabaron por padecer las consecuencias de su propia decisión, si bien es algo que la película se cuida en esquivar. Es más, muchos de estos pobres desdichados cayeron en la falsa creencia (como el piloto del Ejército Rojo Luís Lavín, entre otros cientos) de que, terminada la guerra con la Alemania nazi, los bolcheviques iban servirles en bandeja y ayudarles en su venganza contra el régimen del general Franco. Muchos murieron, aun en espera de ella, bajo aquel infame gobierno, para los cuales es justo y debido el tributo que por ello merecen; pero no es menos cierto que quizás la literatura, el cine y otros campos del arte se han centrado demasiado en éstos, en perjuicio de los demás. Y ello a pesar de su equívoca decisión dado que salvo personajes de la élite política, como Dolores Ibárruri, a duras penas consiguieron vivir la mayoría de aquellos españoles.


Y es que, aunque desde las élites artísticas no parezcan ser acreedoras de homenaje alguno apenas, es debido hacer mención, por oposición a los anteriores, a todos aquellos que, terminada la guerra, aceptaron el destino de su país y, en su caso, adoptaron la lucha interna. Aquellos, contrarios al régimen, que fueron denominados modo genérico como “rojos” (fuesen republicanos, anarquistas, monárquicos, cedistas ortodoxos o falangistas de la primera época) optaron por criticar y quebrantar el sistema franquista desde dentro, una opción más útil y lógica, dado que inteligentemente eran sabedores de que los regímenes autoritarios se derrumban desde dentro por ser éstos tendencialmente impermeables a las habladurías y rumores foráneos. Sin embargo, y obviando la excepción de los primeros años de posguerra, quienes se quedaron en España, los afines a Franco y los que no lo eran, es decir, los que optaron por la opción más valiente de resistir desde dentro y actuar internamente, consiguieron salir adelante y vivir de una forma más o menos decente lo que, a la postre, les permitía centrarse en su lucha antifranquista. Mientras, los españoles en la URSS, salvo los que gozaban del patrocinio de algún Comisario Político o miembro del partido, se centraban en cuestiones más vitales, como la propia manutención.


Es, por consiguiente, una verdadera lástima que las artes escénicas, en general, y el cine en particular se postule y congratule con quienes optaron por la opción más fácil aun a pesar de las circunstancias, desdeñando sin consideración alguna a los que valientemente afrontaron el destino de su país. Leyes de Memoria Histórica, juicios totalmente anacrónicos, manifestaciones antifranquistas o investigaciones discrecionales sobre quienes huyeron y sobre los que se quedaron son meros instrumentos de cara a la galería de un sector político, pero que llega con más de treinta años de retraso ya que ahora no son necesarias. La enfermedad superada no precisa medicinas para su curación.


APARTADO TÉCNICO. A diferencia de lo que suele ser habitual en el cine español, los productores de “Ispansi”, sin excesivos alardes, logran superar el examen técnico de la cinta a base de discrecionalidad y, sobre todo, con un especial empeño en no incurrir en errores notorios. Destaca en el bando ruso la presencia de los camiones Zis tan ampliamente utilizados por los rusos en la contienda y la sempiterna presencia de las locomotoras, mezcladas con pequeñas armas como los Schmeisser alemanes así como revólveres de todo tipo. Todo ello entremezclado con unas indumentarias perfectamente adaptadas a su contexto histórico y algún destello como el ataque de los Stuka (JU-87) alemanes.


ERRORES. Se trata de una cinta que promete desde el principio pero que no tarda en tomar la senda de la discrecionalidad y que, a costa de esa postergación de los alardes tanto en lo técnico como en lo argumental, a parte de desazonar la película en sí, hace que los errores no sean ni abundantes ni de importancia en lo que toca al desarrollo de la misma. No obstante, los errores son evidentes. En primer lugar, resulta absolutamente sorprendente que el régimen estalinista dispusiese, en una época de tan grandes apuros, de su extensa red de ferrocarriles en favor de unos españoles que nada le aportaban en su guerra con Alemania. No es lugar este para hablar de ella, pero la generosidad del Camarada Supremo Soviético brilló siempre por su ausencia, sobre todo con los republicanos españoles, más aun tras la derrota de éstos. En segundo lugar, aunque es un detalle de gustosa presencia, el ataque de los Stuka resulta totalmente superficial y absurdo, con el claro y único propósito de mostrarlos, dado que su ataque carece de sentido cuando bombardean a una población civil dispersa y en un paraje inhóspito, sin que vuelvan aparecer: los objetivos de la Luftwaffe eran siempre militares porque ese era el modo más efectivo de lastrar a las fuerzas rusas y, todavía más, si se piensa en la carestía de recursos que se vivía en el frente ruso. Tampoco pasa desapercibida la estancia en una granja de la estepa rusa dado que, estando la URSS en plena Segunda Guerra Mundial, contrasta la relajación del ambiente bucólico en el que viven los personajes centrales.


LA FRASE. “Son como animales: no atienden a razones”. Esta frase, pronunciada por una monja, al inicio de la cinta y en medio del saqueo y quema del convento por sectores de exaltados republicanos, es una de las muchas que la presentación del contexto histórico de la película regala al espectador. Y ello porque, al margen de mostrarnos cómo de convulsa se hallaba España a mediados de julio de 1936, esta frase, aplicable a uno y otro bando por igual, pone en alza la desmesura política a la que se había llegado, el rencor generado por la inestabilidad de una falsa democracia y la utilización de la sinrazón discursiva por parte de ciertos políticos que dio lugar a unos fuertes brotes de violencia en las postrimerías de la Guerra civil. No obstante, a la luz de las circunstancias actuales, y de la coyuntura económica, social y política, me tomo la licencia de aplicar esta frase y su carga de significado a la clase gobernante actual que, ignorante del peligro del cultivo de la demagogia barata, la mentira fácil y de los ejercicios de pantomimas populistas, se muestra ciega de cara a las consecuencias pasadas de la zafia práctica de estas “artes”, capaces de engendrar auténtica violencia en quienes se dejan imbuir por esa dialéctica.


PARA QUIEN. Si lo que se busca es una película española diferente al arquetipo de cine hecho en este país o “españolada”, si se me permite, es claro que “Ispansi” es un buen paso para el comienzo. Para el público en general, aun a pesar del escaso didactismo, se hace bastante aceptable ya por su notable ambientación, ya por ciertas secuencias que rozan lo genial. Pero que nadie se engañe: sigue siendo cine español, colmado de prejuicios y sin excesos creativos en la historia en si misma considerada. Las escenas de acción resultan, en su mayoría, carentes de credibilidad.




VALORACIÓN. La película de Carlos Iglesias presenta un muy buen comienzo, con una acelerada muestra de la situación prebélica, con una ácida crítica hacia las dos Españas (con los exaltados republicanos como bestias y el joven falangista tan pasional y cerril con sus ideales), sirviéndose para ello de un decoroso reparto (estando entre los antes mencionados la gallega Isabel Blanco, además de los antes mencionados). Sin embargo, la película intenta reconducirse hasta un final que procura erigirse como una alegoría pacifista en esa separación de ideales, al tiempo que mostrar las penurias de la guerra. Pero, en la búsqueda de esos logros, no consigue ni lo uno ni lo otro y se pierde en un camino de disquisiciones de índole moral, abrazando a uno de los bandos y despreciando al otro, aderezando recursos técnicos sin ton ni son y, además, intentando poner un final poético al film, lo que a duras penas consigue dados los derroteros que toma la trama. Una película, en suma que, como cine español se deja ver, pero de escasa relevancia en términos de cine bélico comparado.

viernes, 9 de septiembre de 2011

REBELION EN POLONIA (UPRISING)



SINOPSIS. Polonia, año 1939. La ofensiva sobre este país por parte de Alemania da lugar al inicio de la contienda más grande de la Historia. El ejército polaco se desmorona y los alemanes toman la capital y concentran a 300.000 judíos de la ciudad en un área concreta de la misma, conocida como “gueto de Varsovia”. Pronto, con el paso del tiempo, empiezan a surgir brotes epidémicos y los alemanes comienzan su política de traslados masivos de la población del gueto. Sin embargo, un minúsculo grupo de  judíos encabezados por  los profesores Mordechai Anielewicz (Hank Azaria), Yitzhak Zuckerman (David Schimmer) y el joven Tosia Altman (Leelee Sobieski) forman un grupo de resistencia, la Organización de Lucha Judía (OLJ) que, desde la clandestinidad y pese a la oposición del Consejo Judío y su líder Czerniakow (Donald Sutherland), intentará plantar cara a los alemanes a cualquier coste.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Sin duda el hecho de que pese a tratarse de un telefilm, tiene unas dosis de  creatividad en lo escénico así como un aceptable trabajo en lo argumental que para nada han de guardar envidia a muchas de las producciones que se dan por estos lares del cine bélico. Los escenarios interiores alcanzan un nivel cualitativo notable ya que consiguen transmitir el ambiente claustrofóbico de los búnkers en que se habían convertido los edificios; los exteriores, aunque menos trabajados y más escasos, consiguen complementar perfectamente a los anteriores, dando a la película un perfecto contexto espacial en el que los personajes se mueven y desplazan constantemente por la capital polaca desarrollando la trama argumental de una forma muy dinámica.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Hay muchos elementos que restan méritos a esta producción. Principalmente la mayor desventaja se asienta en el fatal manejo de los tiempos de la trama y del ritmo del metraje, sobre todo en relación con el contexto histórico. Así, el tramo inicial del filme que nos muestra desde la pacífica Varsovia previa a la contienda hasta la rendición polaca apenas dura unos minutos; además las epidemias y el hambre, que en realidad fueron fruto de la larga contienda bélica y la carestía alimenticia propia de esta, en la película surgen ya con la entrada alemana en la capital, lo cual resta credibilidad al argumento de una manera considerable ya que rápidamente pueden verse caballos muertos cuya carne es devorada por pobres hambrientos. Sin embargo, la represalia alemana que consigue acabar rápidamente con los rebeldes acapara la práctica totalidad del film, lo que no es acorde con la realidad, dado que apenas duró un mes la resistencia. Además, todo ello no resulta verosímil toda vez que se le advierte al espectador de que se trata de una película basada en hechos reales, lo cual no se cohonesta con lo que se muestra. La violencia exageradamente gratuita, como tópico del cine bélico, de las fuerzas alemanas tampoco se entiende muy bien, como tampoco el perdido e inconexo papel del periodista alemán Hipler, que por momentos parece adolecer cierto retraso mental.


COMPARACIÓN. Aunque las reminiscencias que pueda evocar esta cinta son múltiples y diversas casi se hace imperativo el hacerlo respecto de aquella con la que guarda un parecido más evidente: El pianista, de Roman Polansky. Tanto “Rebelión en Polonia” (que es casi un año anterior) como aquella utilizan un mismo trasfondo histórico, como es la ocupación de una parte de Polonia por los alemanes, para el desarrollo de su trama argumental en la que tampoco difieren demasiado, ni en el fondo ni en la forma: se trata en suma de mostrar las duras condiciones de vida en la Varsovia de inicios de los años cuarenta a base gritos, llantos y pobredumbre. Aunque presupuestariamente “El pianista” estuvo muy por encima de la película de Jon Avnet, este logra introducir al espectador dentro del gueto con los rebeldes y sus condiciones de vida mientras que Polansky no llega, nunca mejor dicho, a entrar en el gueto y se limita a la visión exterior que Spilzman tiene. Sin embargo, las condiciones de vida de la capital polaca son, como se ha señalado, demasiado premurosas y exageradas en el telefilm.


HISTORIA. Los controvertidos hechos de la Varsovia de la Segunda Guerra Mundial exigen numerosos puntos de análisis, de los cuales sólo unos pocos van a ser tratados aquí, puesto que en tales temas hay películas que se prestan más a ello, y que espero añadir muy pronto al blog.

Aunque en la película no es objeto de tratamiento más que en un brevísimo periodo inicial y en el que sólo se constata mayormente por sonidos, es preciso hacer mención aquí del inicio de la contienda.


En términos propiamente históricos cabe señalar que la invasión de Polonia fue una consecuencia directa e inmediata, si bien diferida en el tiempo, del dictado de Versalles impuesto a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. En un nuevo orden europeo establecido por los Estados Unidos, Reino Unido y Francia, a través del presidente Wilson, el “Prime” George y el presidente Clemenceau, se obligó a una Alemania, sin esta ser derrotada en los campos de batalla, a renunciar a buena parte de territorios históricamente alemanes, como Prusia Oriental y la ciudad de Danzig, y a cederlos para hacer renacer una nueva Polonia, a la sazón desaparecida un siglo atrás, creando un corredor o espacio territorio que separaba ambas naciones. Consecuencia: una Alemania no derrotada en el campo de batalla se veía desposeída de parte de su territorio, y millones de ciudadanos alemanes se veían súbitamente expurgados de su país y situados en una nación que no era la suya. El caldo de cultivo estaba creado. De todos modo, los gobiernos germanos, antes y durante el mandato de Hitler, intentaron llegar a un acuerdo pacífico con los gobiernos polacos, cuyo voto se veía condicionado por las posiciones de Reino Unido y Francia (bajo cuyos auspicios había sido creada esa Polonia “independiente”). De facto, los gobiernos alemán y polaco mejoraban en sus relaciones institucionales y estuvieron al filo de firmar un pacto mediante el cual Alemania podía construía una vía férrea de acceso a Danzig a través del corredor mientras que el gobierno polaco se reservaba el uso exclusivo del estratégico puerto de dicha ciudad. Pero los británicos y franceses  impedían tenaz y sistemáticamente a los regidores polacos firmar tratados o convenios con Alemania y obligaban a sus gobiernos  a acallar, incluso por medio de la violencia, las voces filogermanas de los millones de alemanes que vivían en aquella Polonia (ataques a las embajadas y sedes diplomáticas alemanas, atentados contra las emisoras de radio alemanas, incendios en editoriales…). Los tres millones de alemanes que vivían en Danzig llegaron a vivir tal clima de represión que podría calificarse esa situación como lo que hoy sería denominado un genocidio.

Fue en este ambiente, crispado por ingleses y franceses sirviéndose de la nación polaca como instrumento ejecutor, que el gobierno alemán se vio abocado a acudir a los tres millones de alemanes residentes en Danzig, donde las represiones eran más graves.  A pesar de que el gobierno nacionalsocialista alemán pretendió un acuerdo multilateral de paz con todas las naciones implicadas, Chamberlain, Primer Ministro británico, y Daladier, jefe del gobierno francés, se negaron de plano a escuchar una sola palabra. Así las cosas, el 1 de septiembre de 1939 los ejércitos alemanes entraban en Polonia. El día 3 de septiembre del mismo año, Reino Unido y, tácitamente, Francia declararon la guerra a Alemania, dando inicio a una guerra “por Polonia” a la que nunca prestaron armamento ni ayuda de ningún tipo más allá de los mensajes de apoyo moral de la BBC. Las dizmadas y endebles fuerzas polacas, en la que aun la caballería tenía un gran peso como si del Medievo se tratase, fueron presa fácil para un ejército alemán mucho mejor preparado. Muchos soldados alemanes pisaban, tras muchos años, Prusia Oriental; muchos alemanes de Prusia Oriental, por fin podían decirse alemanes sin miedo. Al tiempo, los rusos, con quienes los alemanes habían pactado para poder tomar sus territorios de Polonia guardándose de crear un nuevo conflicto, habían tomado la mitad este del país.


Es de notar que, pese a lo que pueda leerse acerca de que Polonia fue ocupada, no es menos cierto que el alto mando polaco ya había apostado sus escasas fuerzas a lo largo de la frontera con Alemania (por órdenes dadas desde Londres). Los altos oficiales, carentes de armas decentes y todo tipo de colaboración de las potencias occidentales, vertían en las cabezas de sus hombres una superioridad técnica polaca de la que carecían; existen testimonios de soldados que creían que los tanques alemanes de los que habían oído hablar no eran más que carromatos cubiertos de madera o que las fuerzas de Hitler eran grupos de guerrilleros sin apenas instrucción; los polacos además apenas disponían de blindados decentes (como el TP-7 montado a partir de una patente rechazada por el ejército británico y que los polacos tuvieron que comprar a aquellos pese a su “apoyo”). Con semejante panorama, no es de extrañar que haya testigos de soldados de la Wehrmacht que afirman que a su llegada a la frontera polaca lo único que veían era como huían los tres o cuatro vigilantes que se situaban en cada puesto fronterizo. De ahí las históricas imágenes de los soldados alemanes apartando con toda la parsimonia habida y por haber las barreras que marcaban la frontera. Aún más, los testimonios alemanes, y también polacos, de la época muestran el gran respeto y admiración que la población no alemana de aquella Polonia tenía por la nación germana para con la que no guardaba ningún tipo de resquemor ni odio alguno.


Por todo ello, conviene a la luz de lo que “Rebelión en Polonia” nos ofrece, extraer una serie de conclusiones previas que la Historiografía oficial no se aviene a reconocer ni contradecir: Alemania acudió a salvar alemanes a Polonia tras haber buscado una negociación pacífica; la guerra comenzó el día en que Reino Unido y Francia hicieron la declaración formal, esto es, el 3 de septiembre y no el 1 de ese mismo mes; las fuerzas polacas estaban preparadas para combatir a la Wehrmacht, lo cual dice bien poco acerca del hasta la saciedad repetido argumento de que se trató de un ataque sorpresa; la guerra se inició supuestamente por la injustificada y repentina invasión de Polonia por parte de Alemania, pero nada se dice del Ejército Rojo (posterior socio) y su ocupación de Polonia del este; la guerra por la independencia de Polonia finalizó con el regalo de ésta a la URSS. Todo lo demás, de pretensión de represiones en masa de judíos polacos y voluntades de conquista mundial de Hitler no son más que tópicos grandilocuentes y sin apenas fundamento y que no son coherentes con los hechos o, cuando menos, de la reflexión que merecen.

Hay que señalar, en lo que toca a la supuesta represión alemana en general, y en Polonia en particular,  que no han sido cuestiones del todo claras por más que en los últimos años, y por medio de películas como ésta, se haya silenciado el tema. Es mencionable que la resistencia polaca a los alemanes, no es sino una evidente falta de respeto a las reglas de contienda que son aplicables tras la rendición de un ejército ya que toda resistencia debe cesar; he ahí la razón del ataque sobre la resistencia. En lo estrictamente referido al gueto de Varsovia durante años existió el contubernio de si los encerrados en aquel eran ciertos sectores de la población polaca o población estrictamente judía. Y es esta postura, en esta disputa por hacerse por esa tan cotizada posición que otorga el pertenecer a un grupo víctima de los alemanes, la que ha finalmente prevalecido no sin reticencias. La destrucción de la sinagoga de Varsovia, otros acontecimientos exógenos a la capital polaca así como todo lo surgido tras la guerra contribuyeron a que así, la posición judía prevaleciese. “Rebelión en Polonia” se muestra como una película pacificadora en este sentido al utilizar las banderas polaca y judía como símbolos rebeldes.

No se trata de saber quienes fueron los buenos o los malos, ni de determinar por qué motivos disparaban unos u otros, ni de saber quien enarbolaba la bandera de la paz, tampoco de adivinar la ideología que imperaba en la voluntad de cada uno de los combatientes, ni siquiera de quién ganó o perdió sino de concretar los hechos con pruebas que no sean negadas de plano para saber qúe fue lo que de verdad aconteció a mediados de 1939 para que aquella encrucijada polaca, arrastrada por la inercia de los sucesos, se terminase  convirtiendo en el mayor conflicto de la Historia con las consecuencias que todos hoy conocemos.


APARTADO TÉCNICO. Pese a tratarse de una producción austera hay que elogiar su apartado técnico, más por la voluntad que por el resultado. El despliegue armamentístico es mayoritariamente de armas ligeras, como pistolas, cócteles incenciarios, fusiles Mauser y algún que otro subfusil Schmeisser MP-40, con los que los judíos rebeldes consiguen hacerse. A ellas hay que sumar los Volkswagen Kubel, los cañones PAK-37 alemanes, alguna que otra pieza de artillería y un par de toscos Panzer Tiger pero cuya presencia incrementa la espectacularidad escénica de unas refriegas polaco-alemanas bastante desaguisadas de no ser por aquellos. Estratégica y tácticamente, la película no es de lo peor que hay en el cine, pero el resultado es bastante pobre. La irrupción de algún BMW de época no tiene desperdicio.


ERRORES. Empezando por el campo de la táctica, la película yerra por doquier, algo que es entendible habida cuenta del nivel de la producción. Alemanes avanzando abiertamente al descubierto, incluso en formación, hacia los edificios insurrectos así como una rebelde que, con falda y zarandeándose sobre una chimenea acierta de lleno a los alemanes con los explosivos, además de blindados alemanes que arden y explotan con un simple cóctel incendiario son buen ejemplo de los despropósitos mostrados. Otro digno de mención, a la par que curioso, es la presencia de un rechoncho Heinrich Himmler. Cabe señalar asimismo la presencia indiscriminada y totalmente aleatoria de fuerzas de las SS y de la Wehrmacht, cuyos uniformes en ambos casos dejan bastante que desear y donde se entremezclan sin ton ni son ambas fuerzas. Se incurre en un error muy acostumbrado en este orden de cosas, cual es el de los personajes que captaban el olor de los cadáveres cuando quemaban los cuerpos en los incineradores de Treblinka (hoy es admitido generalmente que no había incineradores en tal campo, y en los campos en los que los había no desprendían olor alguno) así como cuando Mordechai y Zuckerman comentan el asesinato en masa de gente conectando los escapes del camión a la parte trasera en la que estaban las víctimas que morían por asfixia (extremo negado por inviable y científicamente complicado, incluso por los holocaustólogos, puesto que el combustible diesel, el de los camiones alemanes, no producía la suficiente concentración de partículas como para ser útil a tal efecto). De los Tiger mostrados, el error (al margen del estético) es manifiesto puesto que apenas disparan el cañón y se incendian y explosionan con el impacto de un cóctel incendiario (en realidad estaban preparados para no resultar afectados dado su grueso blindaje). Llama la atención que muchos de los judíos rebeldes, pese a ser novatos en el uso de armas, aciertan de pleno en sus objetivos con el fusil y, más difícil todavía, con éste sujetado a la altura de la cintura y no en el hombro utilizando el punto de mira.


LA FRASE. “¿Puede un hombre de moral como yo mantener su código de moralidad en un mundo inmoral?” Esta es una frase que los protagonistas hacen suyas en un par de ocasiones so pretexto de hacer reflexionar a otros personajes y, asimismo, al espectador sobre cual es la conducta racional en una situación a veces tan fuera de razón como es la guerra. Por el carácter violento que se muestra en los personajes al final, convertidos en auténticos guerrilleros, vemos que la respuesta a la cuestión es negativa toda vez que la conducta racional en ese caso era la adoptada por el líder del Consejo Judío aceptando la victoria alemana y, a la postre, los términos de la rendición.


PARA QUIEN. No es una gran producción pero sí una pequeña obra que merece la pena por el hecho de mostrar como se puede conseguir una cinta relativamente lograda sin grandes presupuestos ni la vía mediática de la gran pantalla. Los hechos que narra de una forma hiperbólica pueden ser reseñables desde una perspectiva histórica por la novedad de dar una visión interna del gueto. Por lo demás, carece de alicientes añadidos dado que las escenas de acción cojean demasiado y las historias amorosas parecen introducidas con calzador.


 VALORACIÓN. En suma, “Rebelión en Polonia” no va a pasar a la historia del cine bélico sin duda, ni siquiera de los telefilms, aunque sí como una clase media de éstos últimos por cuanto, por más o menos creíble que pueda parecer lo que en ella se cuenta, se nota el trabajo de producción que hay detrás así como la adición de elementos armamentísticos. Y ello es algo digno de reconocer. Una pena el poco apego histórico y la escasa contextualización, puntos que podrían mejorar el resultado final.