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martes, 26 de abril de 2011

INDIANA JONES Y LA ULTIMA CRUZADA (INDIANA JONES AND THE LAST CRUSADE)


SINOPSIS.Corre el año 1938 y, tras recuperar la Cruz de Coronado que había buscado y perseguido durante toda su vida, el profesor, arqueólogo y aventurero Henry Jones Jr., célebremente conocido como Indiana Jones (Harrison Ford), se ve obligado a viajar a Venecia, Italia, donde su padre, el historiador artúrico Henry Jones (Sean Connery), ha desaparecido en extrañas circunstancias cuando estaba haciendo unas investigaciones cuyo objetivo era dar con el emplazamiento exacto del Santo Grial. Ante tales circunstancias, Indiana Jones se verá obligado a emprender una doble búsqueda, la de su propio padre y la del Santo Grial. Pero el problema es que no es el único que sigue la pista de la sagrada copa.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Siendo uno de los conjuntos de películas señeros de la historia del cine de aventuras el protagonizada por Indiana Jones lo menos que puede hacerse es reseñar su trepidante ritmo narrativo, característico de toda la saga. Los descubrimientos que va haciendo, los misterios que rodean el núcleo central del argumento y las escenas de acción que aderezan todo el metraje, secundadas por unos ambientes escénicos impresionantes y dignos de las grandes producciones, hacen que el resultado final esté muy logrado. Sólo hay que ver los combates aéreos con aviones alemanes, las escenas interiores y exteriores venecianas, las imágenes en pleno desierto o la recreación de un desfile del NSDAP con los máximos representantes del gobierno alemán presentes en pleno Berlín. Memorable banda sonora.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Es precisamente el carácter aventurero trotamundos lo que hace incurrir a este filme en su error fundamental, que es el exceso de idealismo y fantasía que rodea a Indiana Jones, lo que no hace sino infundir al argumento el pueril carácter de un cuento infantil en el que preside la acción el bueno al que la fortuna siempre acompaña, incluso en las más complicadas situaciones, en su lucha contra el mal. Cierto es que suele ser una nota característica de todos los ciclos de cine de aventuras pero no lo es menos que la capacidad de Indiana Jones para evadir las situaciones más complicadas es, por momentos, exagerada.


COMPARACIÓN.  Aunque en su argumento pesa más el carácter de película de aventuras que la ambientación en la Segunda Guerra Mundial, que es absolutamente gratuita, no cabe sino ubicar a “Indiana Jones y la última cruzada” entre películas como “El desafío de las águilas”, “El puente sobre el río Kwai”, “El final de la cuenta atrás” o “Australia”, películas en las que, sin embargo, la imbricación bélica tiene un mayor peso y rigor.


HISTORIA. No obstante el contenido ciertamente escaso en términos históricos de esta película de Spielberg, y de toda la saga de Indiana en general, dado que se reduce a una mera ambientación, es preciso decir que sí se tocan determinados temas que son dignos de un análisis, aunque lo sea en un modo muy sucinto.

Por un lado, en relación con las obras de arte el movimiento nacionalsocialista mantuvo durante su mandato una política de fortificación de la cultura alemana, llegando al extremo de la creación de los Premios Nacionales para las Ciencias, las Artes y la Enseñanza en 1937, que en el seno interno del país germano llegaron gozar del prestigio de los premios Nobel (aun habiendo recaído el Nobel de la Paz en un alemán el año anterior). En ese compromiso reforzador de la cultura se crearon diversas divisiones en las Cámaras de Cultura del Reich en orden a la adquisición de piezas para los museos alemanes. De hecho, eran frecuentes las pujas por obras de arte y piezas únicas entre Goering, Goebbels, Ribbentrop o el mismo Hitler o incluso que éstos enviasen a delegados suyos al extranjero a pujar por ciertas piezas. Las quemas de libros que en la parte central de la película pueden verse no son más que actos propagandísticos que las SA y las Juventudes Hitlerianas realizaron en sus comienzos, como una manifestación de oposición a todo lo que resultara anti-alemán o favorable al Tratado de Versalles de 1918.


El Santo Grial, prima facie, no interesaba a los nacionalsocialistas, bien que en el film se muestre lo contrario. De hecho, para los gobernantes alemanes la cultura cristiana y católica era medida por el mismo rasero que los demás credos y sometida a la misma norma legal de que “una religión la han de sostener sus creyentes”. Por otro lado, Hitler firmó los Concordatos con la Santa Sede, poniendo de manifiesto la fructífera (hoy negada y catigada) relación entre la Iglesia romana, quien pudo tener en Berlín un Nuncio Apostólico, y el Reich alemán, que tuvo en el Vaticano un Embajador alemán. Y aunque la Iglesia Católica se prodigue de haber excomulgado a Adolf Hitler (sobre todo en lo referente sus padrinazgos en ciertas bodas) no por ello aquella ha renunciado a la beneficiosa y para nada escasa cuantía recaudada del impuesto eclesiástico que el Reich pagaba.

Lo que sí era de interés en determinados círculos era la cultura medieval, en la que se produjeron las Cruzadas y en la que se forjó el ciclo artúrico. Es precisamente en esa época en la que el Sacro Imperio Romano Germánico goza de gran influencia y por ello los doctos eruditos alemanes de principios del siglo XX ven en esa época un punto importante para su estudio así como para el análisis de los orígenes de su pueblo. A ellos se sumaban a los que estudiaban a la raza aria desde un punto de vista antropológico y que originaron una corriente doctrinal conocida como geopolítica. Uno de los más insignes fue el británico nacionalizado alemán  Houston Stewart Chamberlain, a quien seguirían insignes miembros de la Alemania de los años treinta como Alfred Rosenberg. Un punto más allá fueron los que elevaron tal análisis al punto de lo místico, como el ideólogo Dietrich Eckart, miembro de la sociedad Thule (cuyo símbolo ya era la cruz gamada), y con gran influencia en el partido nacionalsocialista.


APARTADO TÉCNICO. No es, por tratarse de una saga propiamente de aventuras, el punto fuerte de esta producción. Sin embargo en ningún momento parece haberse despreciado el cuidado que merecen los aspectos técnicos en aras a favorecer la credibilidad de las circunstancias temporales. Es por ello que pueden verse una correcta indumentaria de los soldados y altos oficiales alemanes; asimismo vehículos perfectamente encuadrados como varios VW Kubel, Citroën y hasta un dirigible (con espectaculares imágenes del mismo) al que acompaña adosado un biplano Fokker (avión propio de la Primera Guerra Mundial) que Indiana Jones y su padre no dudan en utilizar cuando emprenden su huida; también pueden verse dos recreaciones de dos cazas de la Luftwaffe, para cuya recreación se emplean modelos americanos sin embargo (Vultee Vengeance o Mustang P 51).

Destaca también el blindado Mark I con un cañón añadido en la parte superior (Mark VII)  utilizado por las fuerzas de la República de Hatay (actual Turquía) que, pese a tratarse del tanque prototípico de la Primera Guerra Mundial, es verosímil que tal país los adquiriese o le fuesen donados por el gobierno francés bajo cuyos auspicios se creó la mencionada república, siendo Francia la tradicional aliada de Inglaterra, país inventor del tanque y del Mark VII en concreto.


ERRORES. El carácter aventurero de la saga Indiana, el dinamismo y la constante acción de los que se pretende dejar constancia en cada minuto del metraje conlleva que se produzcan errores, la mayoría de ellos de mera congruencia. Así por ejemplo llama la atención que dos cazas modernos de la Luftwaffe no puedan siquiera derribar ni acertar a un obsoleto y lento biplano Fokker cuya tripulación consigue huir en un automóvil al que apenas son capaces de acertar.

Quizás el paradigma de las sobredosis de acción son las escenas que se viven sobre el blindado Mark VII, modelo que apenas rondaba los 10 kilómetros por hora, hecho que no impide que a Indiana Jones le resulte complicado alcanzarlo a caballo, tema caerse del susodicho tanque o incluso sea arrastrado por el este cuando en realidad podría bajar y volver a subir al mismo sin la mayor dificultad. Llama también la atención de este vehículo lo endeble de sus cañones, uno de los cuales es anulado por Indiana con la colocación de una piedra por Indiana en la boca del mismo, lo que provoca una gran explosión interior. Huelga decir que es un extremo nada creíble.


Otro detalle que merece un análisis es la incongruencia histórica que se acumula en la parte de la película cuyas escenas transcurren en el Berlín de 1938 pues están repletas de anacronismos. De este modo podemos ver un desfile del NSDAP por las calles de Berlín al tiempo que tiene lugar una gran quema de libros, hecho que había acontecido el 10 de mayo de 1933 en la Bebelplatz cuando fueron quemados muchos ejemplares del Institut für Sexualwissenschaft, dirigido por el médico anarquista Magnus Hirschfeld y cuyas ideas perniciosas y subversivas para el pueblo alemán de la época, toda vez que el instituto ya había sido disuelto y su director fuera de Alemania viviendo de las rentas obtenidas de los chantajes a famosos financieros alemanes de cuya homosexualidad tenía datos. Otro anacronismo relevante es que, pese a representar el estandarte de las SA en el desfile, que sería el más frecuente de los inicios de los años treinta, quienes lo portan son las fuerzas de las SS, que ya habían reemplazado completamente a aquellas en su papel de valuarte del partido. Sin embargo, en una muestra más de la confusión de los productores, cuando Indiana Jones se acerca a Hitler se ve perfectamente cómo éste camina rodeado de las brigadas pardas de las SA. Demasiada falta de rigor, cuando con mostrar únicamente a las SS hubiera bastado.


LA FRASE. “Soy como un penique falso: siempre reaparezco”. En lo bueno y en lo malo, esta es una sentencia que resume lo que esta película de Spielberg nos ofrece: el prototipo de héroe que salva situaciones de cualquier índole sean cuales sean las circunstancias. En ese sentido peca de un exceso de prototipismo, pues no ahonda en otro tipo de cuestiones.


PARA QUIEN. “Indiana Jones y la última cruzada” es una producción casi única y exclusivamente recomendable para los degustadores del buen cine de aventuras, para quien a buen seguro constituye todo un clásico. En lo que toca al cine bélico cabe señalar que la ambientación no está del todo mal, pero las circunstancias bélico-históricas y lo que ello conlleva a efectos de este análisis resultan gratuitas y contingentes, pese a su corrección recreativa. De todos modos no cabe duda que estamos ante una película entretenida en cualquiera de los sentidos.


VALORACION. Sin duda una de las grandes sagas del cine de aventuras, lo que dada su ambientación en los umbrales de la contienda, no merecía menos que ser incluida en este espacio. Su ventaja reside en el desarrollo de un argumento sumamente interesante, lo que hace de un modo ameno y entretenido, al tiempo que cuida los encuadres escénicos y con un argumento que siempre crea interés en el espectador. Peca de seguidismo cinematográfico, pero sus aspectos positivos pesan sobre los negativos aunque el buen degustador de cine bélico se pueda quedar, como se suele decir, con la miel en los labios.

martes, 12 de abril de 2011

BANDERAS DE NUESTROS PADRES (FLAGS OF OUR FATHERS)


SINOPSIS. “Banderas de nuestros padres” es la historia de tres soldados, “Doc” Bradley (Ryan Phillippe), René Gagnon (Jesse Bradford) y e Ira Hayes (Adam Beach), quienes se ven embarcados en plena Guerra del Pacífico, en la terrible Batalla de Iwo Jima contra los japoneses, de la que van a ser protagonistas casi sin quererlo. “Banderas de nuestros padres” es la historia de una foto, una foto convertida en ardid de la propaganda para la financiación de la guerra. “Banderas de nuestros padres” es la historia de aquellos Marines que sufren, antes, durante y después, lo peor de la guerra y lo más tedioso de la fama a la que una casual instantánea les otorga.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Los aspectos de la película que tienen cabida en este punto son diversos. No obstante hay que destacar la “mano” cinematográfica de Eastwood y su saber hacer, más aun cuando se trata de cine bélico. Es cierto que se trata de un film superado abiertamente por su “gemela” “Cartas desde Iwo Jima”, pero no por ello deja de ser digna de mención esa mezcla de sentimentalismo, trama psicológica y un atrevimiento técnico insólito. Eastwood logra reflejar el aspecto más interno del Marine cuyo dolor, sufrimiento y desventura en el duro camino de la guerra nos muestra de una forma muy cruda. Y todo esto sin hacer desmerecer los espectaculares combates entre americanos y japoneses, de los que podemos ver desde grandiosas escenas con tomas aéreas del avance de cientos de soldados hasta el detalle de la tensión constante y el miedo que aflige al soldado combatiente en Iwo Jima.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Si cabe mencionar algún punto sobre este particular, ese es el exceso de ambición temático del que Eastwood peca en “Banderas de nuestros padres”. El hecho de intentar tomar como triple punto de arrancada, la contienda strictu sensu con todas las circunstancias históricas, la impronta psicológica del desgaste del soldado y la visión de todo ello desde el presente, conlleva la lógica consecuencia de que no se detiene lo suficiente en ninguno de los aspectos, al menos en la medida requerida para que el espectador pueda degustar lo bastante alguno de ellos.


COMPARACIÓN. Realmente se trata de una película que bebe de muchas fuentes pero que, del mismo modo, innova de una u otra manera los aspectos que de otras películas trae. La comparación más evidente es la que hace referencia a su “gemela” japonesa “Cartas desde Iwo Jima”, si bien no puede negarse el superior nivel de esta última tanto en el fondo temático y el modo en que se traduce al metraje cuanto en los aspectos formales y técnicos en los que, no siendo tan acusada la diferencia cualitativa, si es notoria la distancia que existe entre ambas a la hora de darles coherencia. Es precisamente “Cartas desde Iwo-Jima” la que completa la visión cinematográfica que “Banderas de nuestros padres” da de la contienda en aquella isla. Eastwood toma ciertas escenas de “Salvar al soldado Ryan”, extremo más que evidente en las escenas del desembarco, pero que en gran Clint consigue exprimir hasta su última gota creativa al aderezarlas con constantes salpicaduras de arena en la pantalla, tomas subjetivas de los aviones disparando, escenas en las que la cámara sigue al soldado que avanza e imágenes similares que introducen, como casi nunca se hizo en el cine, al espectador en primera línea de batalla. A modo de comparación son dignas de mención en este inciso películas como “El ataque duró siete días”, por el reflejo del desgaste psicológico del soldado, o también el episodio dedicado a esta batalla de “The Pacific”.


HISTORIA. Más allá del aspecto cuasi-anecdótico de la fotografía de Joe Rosenthal, la Batalla de Iwo-Jima supuso un cambio definitivo en el rumbo de la guerra, tanto en términos estratégicos como en términos coyunturales.


En lo estratégico, para 1945, la importancia de la isla, pese a carecer de agua potable y tener una superficie repleta de azufre (Iwo Jima significa precisamente eso, “isla de azufre”), residía en el hecho de que por su ubicación se encontraba en la mitad del trayecto de los bombarderos B-29 hacia las ciudades de Japón, y la estación de radar permitía su señalización y consecuente interceptación por los cazas japoneses y bases antiaéreas, toda vez que las fuerzas niponas se hallaban en clara postura defensiva tras su lento pero inexorable declive en el Pacífico. Así pues, con Iwo-Jima perturbando la actividad de los bombarderos americanos y dado que los cazas de escolta no tenían rango operacional suficiente, las fuerzas americanas centraron sus fuerzas en el ataque a Iwo-Jima. El general Holland Smith dispuso de unas fuerzas de entre 250.000 y 300.000 hombres y 500 barcos de diversos tipos para acometer su ofensiva. Antes del inicio de ésta se produjo un bombardeo incesante dela isla.

Por su parte, los japoneses, amparados en la leal y tenaz idea de mantener la resistencia como medio de buscar la paz con los americanos y bajo la condición de saber que estaban ya luchando en terreno patrio, dispusieron de aproximadamente 25.000 hombres bien preparados y con un nudo defensivo de túneles, trincheras y nidos ocultos, con cañones, tanques ligeros, morteros, ametralladoras y tiradores, todos al mando del general Tadamishi Kuribayashi. Conscientes de su aislamiento, tras la derrota de la Marina Imperial en la Batalla de Leythe, su fe imperturbable en sus posibilidades, así como la firme voluntad de defensa de su país y su tierra compensaban su menor armamento, hecho que se pone de manifiesto en el balance de víctimas final. Las circunstancias del terreno, polvoriento, arenoso y provocador del dificultoso avance americano, tanto de hombres como de blindados, constituyeron la causa directa de que los cañones ubicados en el Monte Suribachi pudiesen hostigarles sin la menor dificultad causando numerosas bajas.


La ofensiva americana, iniciada el 16 de febrero, consiguió aislar el Suribachi el día 19 pero no a sus 2000 defensores nipones, quienes se comunicaban con el resto de la isla a través de la red de túneles. No fue hasta el día 23 que consiguieron “descabezar” la isla y tomar definitivamente el Monte Suribachi. En la cumbre de éste se ubicó una bandera como símbolo de la conquista de aquella elevación (consecuente toma de la isla), pero que, dada la originalidad y lo simbólico de tal gesto, no tardó en llamar la atención del general Smith, quien recabó para sí la bandera y ordenó colocar otra en su lugar, que sería la retratada y que elevaría a la categoría de heroes a Bradley, Gagnon y Hayes, cuando alguno de los que habían izado la primera ya habían perecido. Pero en esa labor de propaganda amparada en el engrandecimiento de hechos o mentiras, serían los soviéticos quienes se llevarían la palma.


No obstante la resistencia japonesa se extendió hasta el día 26 de aquel mismo mes, cuando el ejército imperial o, lo que restaba de él en la isla, inició una última ofensiva con 200 hombres. La Batalla de Iwo-Jima había terminado. Fue la única batalla en que, con diferencia, el número de víctimas americanas superaron a las víctimas japonesas. A la postre sería la contienda que determinaría las masacres de Hiroshima y Nagasaki.


APARTADO TÉCNICO. El despliegue de medios es muy meritorio pero, por otro lado, ello no es nada extraño dado el habitual cuidado en cuanto a detallismo de Eastwood, además de su larga experiencia en este tipo de cine. Más perceptible en “Cartas desde Iwo-Jima”, por su mayor carga bélica, la pléyade de instrumentos y armamento bélico de “Banderas de nuestros padres” se extiende, en lo que toca al armamento americano, desde acorazados a barcos de transporte; pasando por cazabombarderos Corsair, cuyas tomas subjetivas acometiendo el Suribachi, viendo pasar los proyectiles japoneses no tienen desperdicio alguno; también son notables los blindados Sherman y los vehículos anfibios LVT -2 y LVT-4, especialmente protagonistas durante el desembarco pero desaparecidos durante el resto del film; del mismo modo es notable la presencia de ametralladoras Browning M1919, de subfusiles Thompson y el fusil M1 Garand; y anecdóticamente puede verse algún Jeep o avión de transporte C-47. En el bando japonés, más limitado de medios, el abanico se limita prácticamente a artillería y armas ligeras, entre las que sobresalen las ametralladoras Tipo 11, Tipo 92 y la ametralladora ligera Tipo 99, de las que resulta sobrecogedora la escena en la que asoman de los nidos de ametralladoras ocultos.

Estratégicamente es una película notable, pues permite al espectador asistir a las explicaciones de cómo se producirá el desembarco y el asalto a la isla. Por ello resulta interesante contrastarla con Cartas desde Iwo-Jima y el despliegue de efectivos, que los americanos no esperaban, de Kuribayashi.


ERRORES. El más clamoroso de todos es un error de mera congruencia temporal. Cuando, tras la publicación de la fotografía, esto es, aproximadamente a 24 de febrero de 1945, la madre del soldado Block recibe el periódico del día y ve la foto en la que cree reconocer a su hijo, de fondo escuchamos una crónica de radio que narra un hecho totalmente anacrónico: el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, producido el 6 de agosto de ese mismo año, cuando ya Iwo-Jima quedaba muy distante en el tiempo y, precisamente, siendo esa isla la que permitió aquella masacre infame.

En otro orden de cosas, sí que parece cierta la toma de referencia de “Salvar al soldado Ryan” en determinados aspectos dado que de ella se hereda el error de poner en manos de varios Marines el fusil M-14 aparecido en 1957, precisamente para substituir al Garand.


LA FRASE. “Hay muchos imbéciles que se creen que saben lo que es la guerra sobre todo aquellos que no han estado en una” (“Doc” Bradley). Es una gran referencia y una llamada de atención para quienes gratuitamente hablan de guerras y contiendas o a quienes desdicen su necesidad sin hacer la más mínima reflexión sobre el criterio para adoptar una u otra postura. Lo insigne de esta frase reside en su continuación “… las cosas bien claritas: buenos y malos, héroes y villanos; de eso siempre hay pero la mayoría de las veces no son lo que nosotros creemos”. En una tan breve y concisa como significativa expresión un “Doc” ya anciano pone sobre la mesa la madre de las reflexiones en términos bélicos: en la guerra, no se trata de la pueril creencia de que hay buenos y malos sino de que cada soldado, cada hombre, cada oficial lucha por su país con toda legitimidad y con toda su conciencia puesta en la defensa de aquel, y no por ello la derrota le convierte en un ser depravado. La propaganda, “Doc” lo demuestra, así como la película, tiende a disolver esa igual condición y a magnificar lo propio al tiempo que a demonizar lo ajeno.


PARA QUIEN. Sin duda es una película recomendable para todo tipo de públicos dado que ostenta un gran valor documental acerca de esta contienda (aunque no tanto como su hermana japonesa), tiene un gran valor reflexivo acerca de cómo la guerra hace mella y desgasta al soldado y analiza cómo la propaganda, cuya época de mayor furor en la historia se desarrollaba en aquellos años, era utilizada al servicio de las armas aunque no siempre al amparo de la verdad y el rigor histórico. Una película muy completa y de recomendable visionado.


VALORACIÓN. La mano de Clint Eastwood es muy notable, pero no alcanza el nivel desplegado en la versión japonesa. El destacable reparto, con actores importados de “Hermanos de Sangre” o “Salvar al soldado Ryan”, complementado con el alto nivel técnico y creativo, hace que se vea en cierta medida compensada la desazón que en causan los saltos temporales y el abandono del relato lineal, lo que a su vez repercute directamente en la suficiencia de cada uno de los aspectos temáticos del metraje cuando, de hacerlo de otro modo podrían alcanzar la excelencia. En definitiva y, por resumirlo de algún modo, quizás pueda afirmarse que se trata de una película buena en todo pero que no llega a ser la mejor en nada.