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domingo, 27 de noviembre de 2011

ESCUADRÓN 332 (THE TUSKEGEE AIRMEN)



SINOPSIS. 1943. La Segunda Guerra Mundial llega a un año clave en el frente africano y occidental. Los Aliados precisan un impulso en sus ofensivas, lo que les lleva requerir de todo su potencial en material y personas. Es en este último punto que, para mantener la fuerza de sus ofensivas, reclutan a hombres de sectores tradicionalmente vetados a sus Fuerzas Armadas. Por ello, ya desde 1942, en el campo de aviación de Tuskegee comienza su entrenamiento un grupo de hombres de color, los primeros pilotos de color de las Fuerzas Aéreas Americanas (USAAF), entre los que destaca el soldado Lee (Lawrence Fishburne). Es, en suma, la vida de unos hombres que se incorporan al Ejército para luchar contra sus enemigos pero también para combatir los prejuicios convencionales, precisamente en el bando que luchaba, en teoría, por la libertad y la igualdad; pero no todos resisten la presión.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. “Escuadrón 332” es una película cuyo contenido basta para colmar sobradamente los  requisitos de la suficiencia en los aspectos esenciales de una película decente. Sin embargo, de ahí a que podamos hablar de una gran película media un buen trecho. Pero lo que si es debido es reconocer las virtudes de esta producción, punto en el que destaca el esfuerzo realizado en cuanto a medios técnicos, escenografía y ambientación que, aun considerando sus errores, logra pasar dignamente para el espectador medio para convertirse en algo más que una película de domingo por la tarde. Si se entra en otro tipo de disquisiciones o en un análisis más riguroso quizá no dé la talla, pero pese a eso habría que persistir en aquel reconocimiento.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Es debido indicar que el hecho de que la mano de la productora HBO esté detrás de esta película no lo consigue todo. La factura general se empapa del cariz propio de las películas en las que aquella interviene, pero la tara más considerable está en la trama. La perspectiva del reconocimiento a los soldados de color en el ejército americano, y los pilotos en particular, es un justo tributo y, a la par, un afirmación de las dificultades internas con las que por su condición se les afligía. El problema surge cuando ese tributo que se les rinde empieza a degenerar , y sin mucha creatividad, en una suerte de endiosamiento de estos hombres, especialmente el teniente Lee, lo cual hace que la verosimilitud de la película empiece a difuminarse. Los dilemas internos de tono elevado, el tono de superioridad del que se impregnan y su prácticamente nula infalibilidad potencian esa deificación que distancia a los personajes de la realidad que reflejan. Tanto es así que el tema principal, la causa de su lucha por la igualdad en el seno del ejército, pasa a un segundo plano a favor del tan repetitivo heroísmo patrio empapado de prototipismos y arquetipos.


COMPARACIÓN. Hay que decir que los hombres de Tuskegee no tenían hasta la salida a escena de “Escuadrón 332” ninguna película íntegramente dedicada a ellos como homenaje en el cine, punto en el que esta película supone una novedad cinematográfica. Es cierto que aparecen ocasionalmente en otras películas como en “La guerra de Hart”, en la que se muestran los mismos dilemas desde la perspectiva de los campos de prisioneros. Hay destacar aquí que, presumiblemente a comienzos de 2012, saldrá al mercado la moderna versión de la aquí comentada, con el título “Red Tails”, en alusión al signo distintivo de esta fuerza aérea. A la luz del trailer, las impresiones a nivel técnico parecen buenas, si bien con el mismo aspecto patriotero. Veremos qué nos depara.


HISTORIA. Obviamente, “Escuadrón 332” es una recreación de las vivencias de este grupo de pilotos que, además de con el enemigo, tuvieron que luchar contra las constantes trabas que sus compañeros les ponían.

En términos históricos resulta evidente que los miramientos hacia los soldados de color, y no sólo negros, han sido una constante en el ejército americano, tan amigo de enarbolar la bandera de la tolerancia. De hecho, el proyecto de su ingreso, tal y como refleja la cinta, venía constituyendo un experimento: el experimento Tuskegee, dirigido por el Coronel Benjamin O. Davis Jr. En marzo de 1942 se integró la primera tropa de pilotos negros, el 99º Escuadrón de combate, destinado al frente africano. El número iba aumentando con el tiempo y a finales de ese año varios escuadrones fueron fusionados en el Grupo de Combate 332. Sin embargo, ya sumidos en plena contienda, la desconfianza generada por su condición les relegó a funciones secundarias atacando bases de abastecimiento o nudos ferroviarios mediante ataques en superficie. Pasaría un tiempo hasta que pudiesen verse las caras con pilotos de la Luftwaffe alemana. Una vez lograron acceder a los combates con pilotos alemanes se les destinó a funciones de escolta de los bombarderos B-17, ganándose la fama por el hecho de que ningún bombardero escoltado por ellos hubiese sido derribado. Los alemanes los denominaron “Pájaros negros de cola roja”.


Sin embargo, los resultados arrojados por sus estadísticas (como su pseudo-imbatibilidad o su destreza en el combate) precisan ser pasados por el tamiz de la realidad de las circunstancias. Aun siendo cierto, hay que tener presente que le grueso de los aviones del 332 fue destinado a los frentes menos relevantes en términos tácticos y allí donde la Luftwaffe carecía apenas de efectivos. Así, por ejemplo, fueron destinados a Italia, donde el mariscal Pietro Badoglio buscaba la rendición de los italianos ante los Aliados, los alemanes se hallaban en pleno repliegue (aun a pesar de las reticencias de Kesselring) y las fuerzas aéreas del Eje no tenían apenas efectivos. Nunca llegaron a combatir en los puntos de combate más duros ni se enfrentaron a los ases de la Luftwaffe como Erich Hartmann o Gerhard Barkhorn.


En esta cinta se rinde un homenaje al mítico P-51 Mustang que destacó en los años finales de la guerra y del que, como no podía ser menos, también dispusieron los “Pájaros negros de cola roja”. Sin embargo, es un tributo más acogido al convencionalismo que a la realidad dado que el Mustang, siendo uno de los mejores aviones de la contienda, carece del aspecto mítico de haber combatido desde el inicio de la contienda y en batallas decisivas como habían hecho otros contemporáneos suyos como el Supermarine Spitfire, el Hawker Hurricane, el Thunderbolt P-47 o el Messerschmitt Me-109.


APARTADO TÉCNICO. Sin duda alguna, el valuarte técnico de “Escuadrón 332” viene constituido por la aparición en escena del Mustang P-51, punto en el que esta película supone una buena oportunidad para su contemplación. A este lo acompañan los biplanos de entrenamiento así como un avión de entrenamiento AT-6 y unos cuantos bombarderos B-17. Por lo demás, algo que provoca cierta desazón es la notoria ausencia de elementos técnicos del bando alemán, lo cual daría un empuje considerable a la trama en cuanto a verosimilitud y apego a la realidad. Resulta destacable, si bien es disculpable dado el contenido de la película, la ausencia de elementos de combate de tierra, muy limitados y con circunstanciales apariciones. Son sobresalientes las escenas en las que puede verse desde la cabina del piloto la fila roja de balas trazadoras.


ERRORES. Es sorprendente que, tratándose de una producción de la HBO, en este punto existan errores e incongruencias a raudales. Nadie está libre de pecado, pero el hecho es que sorprende.

El primero y más evidente es el uso, y abuso, en lo que toca a la presencia del Mustang P-51, cuya ubicación en el frente africano y, lo que es peor, en los años 1942-1943 es absolutamente errónea. Su uso generalizado no se produciría hasta el año 1944 (últimos días de 1943, a lo sumo) en labores de escolta de la diezmada 8ª Fuerza Aérea. En este sentido, en lo que toca al film, sería mucho más acertada la presencia del Thunderbolt P-47, sin que la película perdiese espectacularidad por ello.

Otro error fácilmente perceptible reside en las imágenes de los cazas americanos pilotados por los pilotos negros atacando los puntos neurálgicos del Eje en el norte de África. Sin dificultad alguna pueden verse los paisajes de árboles y vegetación que nos indican que probablemente se trata no del norte de África, sino de los ataques sobre Normandía.

Pueden notarse serias incongruencias, como el hecho de que en las explicaciones teóricas en ningún momento los novatos pilotos plantean alguna suerte de duda, toda vez que lo más habitual en esas sesiones, de no ser explicado, eran las cuestiones sobre cómo afrontar a los aviones enemigos según el modelo.

Mayor atención requieren los siguientes errores. Así, a su llegada al campo de Tuskegee, vemos como uno de los pilotos negros inicia la lectura de “Stick and Ridder”, libro de Wolfgang Langewiesche que constituye uno de los manuales de referencia históricos en cuando a monoplanos y aviones de ala fija. El problema es que este libro fue escrito y publicado en 1944, dos años más tarde del tiempo en que se ubica en la trama.


En lo que toca a los aeroplanos, se incurre insistentemente en el error de poner en combate al Mustang con bombas en las alas; no supone un error tanto el hecho de que las portasen sino desde el momento en que combaten con los cazas alemanes portándolas, lo que supone una pérdida de sus mayores ventajas comparativas: la velocidad y capacidad de maniobra. Además, por momentos aparecen con dichas bombas en ciertas escenas para, en la siguiente toma, aparecer sin rastro de ellas.

Además, a lo largo de la película destruyen en cuatro ocasiones al mismo Messerschmitt Me-109, el cual, además, no lleva el número de identificación de su escuadrilla. También, en un arreglo de una escena histórica e inverosímil, se puede ver cómo el teniente Lee acomete con su Mustang a un crucero alemán disparando con las ametralladoras del aquel, escena tras la cual el barco estalla.

LA FRASE. “Su privilegio será vivir en el aire y morir en el fuego”. (Coronel B. Davis). Esta sentencia, que da curso al inicio de su formación, constituirá la fuente de motivación de los pilotos a lo largo de la película, tanto para combatir al enemigo como a las circunstancias que a ellos mismos les afligen. En otro orden de cosas, no tienen pérdida alguna de las frases que sus compañeros les dedican: “Este no es su país. Su país está lleno de monos, de gorilas, de malaria y de misioneras. (…) No hay gorilas en Harlem”.


PARA QUIEN. Como se ha mencionado más arriba, para los fans del Mustang P-51, aunque sea fuera de sus circunstancias históricas reales, es una película que brinda muy buenas imágenes de este señero aeroplano. Por lo demás, en lo estrictamente histórico, resulta aceptable para conocer algo la historia de los hombres de Tuskegee pero, teniendo presente y quedando supeditada, a lo que ofrezca el análisis de “Red Tails” que, de buenas a primeras, promete (aunque en el mismo trailer se advierten errores).


VALORACIÓN. No cabe duda de que se trata de una película de impronta novedosa en cuanto a la temática, pero prototípica y hagiográfica en el desarrollo, circunstancia que provoca que la trama vaya perdiendo fuelle y que el interés se centre más en la espera de combates aéreos que en la propia lucha y reivindicación de los pilotos negros. Sin embargo, la película tiene buenas escenas en las que, insisto, la mano de HBO es perceptible, razón por la que “Escuadrón 332” no desmerece un visionado.

martes, 1 de noviembre de 2011

EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI (THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI)



SINOPSIS. Película basada en la novela del mismo título de Pierre Boulle. A un campo de prisioneros ubicado en medio de la selva tailandesa llega, en 1943, un numeroso grupo de prisioneros ingleses mandados por el coronel Nicholson (Alec Guinness). No tarda en enemistarse con el coronel Saito (Sessue Hayakawa), al mando del campo de prisioneros, por su modo de gobernar el campo y sus polémicas medidas, sobre todo por los trabajos forzados de los oficiales en la construcción de un puente sobre el río Kwai, algo prohibido por la Convención de Ginebra. La abnegación de Nicholson lleva al coronel nipón a adoptar todo tipo de medidas con el inglés lo que dará lugar a una curiosa evolución en su relación. Entretanto, el mayor Shears (William Holden) de la armada americana, hecho prisionero tras la batalla del estrecho de Sonda, intenta fugarse a toda costa del campo teniendo tal intento un sorpresivo resultado y que él no se espera.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Al hallarnos ante un clásico de clásicos se hace difícil concretar un aspecto que resulte más notable que otro, dado que lo que hace de esta película un referente es la combinación de todos los detalles presentes en ella. Precisamente por ello, creo que no es equívoco señalar a este respecto el trabajado ritmo narrativo como el más destacable: la simple trama inicial reducida al campo de prisioneros transmuta en una diversidad escénica sin que el espectador pierda ni la más mínima noción del desarrollo de la película. A ello contribuye, obviamente, el gran reparto con Alec Guinnes a la cabeza, pero también con unos actores secundarios que realizan un papel muy correcto, y la ambientación general conseguida a base de rodajes en parajes selváticos inhóspitos. No puede pasarse por el análisis de lo mejor de este clásico sin mentar, al menos, la adaptación “silbada” que los sucios y macilentos soldados británicos hacen de la “Marcha del Coronel Bogey” a su entrada en el campo de prisioneros y que ha pasado a ser una de las más rememoradas escenas del cine bélico. Tampoco pueden olvidarse los pequeños diálogos y detalles de tono humorístico que riegan toda la película (véase el calendario con la sugerente chica en el despacho del cruel e inflexible Saito).


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Quizá por la misma y esencial razón de que se trate de un clásico, haciendo el ejercicio de una mirada retrospectiva desde el cine actual, ciertos acontecimientos de la trama o comportamientos de personajes resultan un tanto previsibles, hecho que trastoca la incertidumbre y la atención generada a medio de otras circunstancias en el espectador. El ejemplo más evidente es el soldado Lloyce, integrante de un comando británico, el cual, para formar parte del mismo, es preguntado acerca de su capacidad para, llegado el caso, utilizar el cuchillo para matar sin contemplaciones, ante lo que el joven Lloyce se muestra dubitativo. No hace falta ser un visionario para intuir lo que los acontecimientos le van a deparar.


COMPARACIÓN. Durante los años cincuenta, sesenta y, en menor medida, setenta del pasado siglo el cine de aventuras de ambientación bélica era una constante temática. Las hazañas de grupos de asalto u osadas infiltraciones en las líneas enemigas eran una fuente de éxito casi segura, algo a lo que David Lean, el director, no fue ajeno. En este sentido, “El puente sobre el río Kwai” fue de las pioneras no sólo en cuanta al hecho de tratar esa temática sino también por imbuir el tema de los campos de concentración aprovechando aquella moda y otra suerte de cuestiones (como los dilemas psicológicos del soldado Lloyce). Así, los parecidos que resultan son diversos en cualquiera de ambos temas: “Comando en el Mar de la China”, “Prisioneras deguerra”, su propia y discreta sucesora “El regreso del río Kwai”, o, en el frente occidental, “El desafío de las águilas” o “La guerra de Hart”. Es precisamente ésta última respecto a la cual se atisba un parecido notable por no hablar ya de inspiración directa en la producción de David Lean. Ello resulta evidente en el enfrentamiento del oficial americano y el comandante alemán que puede observarse en “La guerra de Hart” cuya evolución, como en “El puente sobre el río Kwai”, va marcando el devenir de los acontecimientos. No obstante, el enfrentamiento de Nicholson y Saito desprende una mayor carga psicológica, convirtiéndose en un pulso constante y tenso entre la obstinación del primero y el autoritarismo del segundo, escena tras escena y que casi se puede adivinar en cada mirada.


HISTORIA. Aunque en el film prescinda de las circunstancias puramente históricas so pretexto de centrarse en el desarrollo de la novela de Pierre Boulle, se hace necesario una concisa contextualización que permita conocer las circunstancias en las que se mueve el film, más allá de la recreación de la construcción del puente sobre el río Kwai, efectivamente construido, hoy reconstruido en acero.

En la época recreada por la película, esto es, mediados del año 1943, Siam (la actual Tailandia) era ya un estado aliado a Japón (lo era desde 1942) y, por lo tanto, integrado a medio de este en el Eje Roma – Berlín – Tokio, al igual que muchas de sus vecinas naciones como Birmania, países que abrazaron las promesas de guardar la independencia que los japoneses les ofrecieron como contraprestación. Japón, en su ánimo de controlar el sureste asiático comenzó a dotar a dichos territorios de infraestructuras de las que favorecerse para el transporte de tropas y pertrechos para los amplios frentes que mantenía en el sureste asiático continental, uno de cuyos muchos ejemplos es el puente sobre el río Kwai.


Sin embargo, ese año, 1943, marcó el inicio del declive de la expansión japonesa. Los numerosos frentes mantenidos, entre los que se encontraban la prolongada guerra mantenida con China desde 1937 y la ocupación de las diversas islas del sureste asiático, originaban un complejo entramado estratégico para el abastecimiento. Por esa razón, los americanos en marzo de 1943 dieron inicio a la operación Cartwheel, cuya cabeza pensante era el mediático general Douglas MacArthur, la cual tenía por objeto la captura de Rabaul (Filipinas) para aislar a las fuerzas japonesas respecto a Tokio y cortar y entorpecer el abastecimiento de sus tropas del sureste asiático, además de su uso como base de operaciones. El éxito de tal operación, unido a la derrota de los japoneses en la batalla naval del Golfo de Leyte (lo que hizo perder a los nipones el territorio filipino) y la presencia cada vez mayor de tropas americanas originaron un lento pero inexorable declive del imperio japonés.


En lo referente a los campos de prisioneros japoneses resultan llamativas las condiciones de dureza reflejadas en el film, simbolizadas en “el horno” una minúscula celda situada a pleno sol en la que el coronel Nicholson es encerrado. Efectivamente, los campos de prisioneros japoneses se hicieron famosos por el estricto régimen mantenido en su interior. No obstante, a pesar de la rigidez normativa y las severas medidas adoptadas por los oficiales japoneses en los métodos de trabajo, la mayoría de las muertes eran provocadas por las condiciones naturales de los parajes selváticos en los que los campos se situaban. Tanto en los campos como en el combate, las bajas por enfermedades tropicales hicieron en todo momento menos mella en los japoneses dada su larga experiencia en estos territorios, para cuya invasión habían dispuesto de más tiempo de preparación, también en lo que a las enfermedades respecta.

La querencia japonesa por imponer las condiciones más duras en sus campos obedece a su diferente idiosincrasia para con el arte castrense y no a una querencia gratuita por la muerte de los soldados británicos: para los japoneses, tal y como Saito expresa en su discurso, la rendición es el resultado más deshonroso para todo aquel que tenga la categoría de soldado y que, por ende, al igual que la traición o la deserción, constituyen comportamientos inaceptables e infames, por lo que no merecen ninguna suerte de buena consideración. Sólo los definitivamente derrotados merecían mejor consideración, en cuyo caso la benevolencia en el trato podría ser considerada. Pero, a los ojos de los militares japoneses, el hecho de que los oficiales enemigos fuesen los que diesen la orden tan ignominiosa de rendirse es lo que daba lugar a la concurrencia de culpas y lo que originaba que a ellos se extendiesen los trabajos forzados en régimen de castigo.


Los reproches de Nicholson a Saito aludiendo a la Convención de Ginebra, aun siendo la conducta debida en tales circunstancias, son la excepción. Sobre este particular, cabe señalar que los británicos no destacaron precisamente por cumplir tales tratados respecto de los prisioneros de guerra ya que son numerosos los ejemplos que constatan prácticas abominables que los británicos llevaron a cabo; sirva de ejemplo la medida desesperada de denegar agua y comida durante días a los soldados alemanes e italianos que fue adoptada por las tropas del general Ritchie en el norte de África para obtener confesiones acerca de los planes de Rommel (hecho del que este deja constancia en sus Memorias). Algo que nada se compadece con los “mejores valores occidentales” de los que Nicholson hace gala. Una vez más, la historia la cuentan los vencedores que, por supuesto, siempre son los buenos.


APARTADO TÉCNICO. Lo llamativo de “El puente sobre el río Kwai” es que logra erigirse en una de las grandes películas del universo bélico cuando la dotación armamentística es realmente reducida o prácticamente nula. Podría decirse que todo lo que se muestra son apenas tres o cuatro fusiles japoneses Tipo 38 que portan los guardias, otros tantos subfusiles Sten - Mark I en manos del comando de asalto, un mortero y una ametralladora. Poco más. En otro orden de cosas, sí es logrado el apartado de las indumentarias, tanto desde el punto de vista de los harapientos uniformes de los prisioneros británicos como desde las correctas vestimentas de los soldados japoneses o del comando de asalto, pasando por la amplio vestuario mostrado por el coronel Saito, entre los que sobresale el uniforme de gala que porta el día en que conmemora la victoria japonesa sobre Rusia en 1905.


ERRORES. Pese a la grandeza del nombre de esta producción, la época en que fue realizada obligaba prácticamente a la presencia de errores, toda vez que el cine bélico de entonces amparaba más su éxito en la trama aventurera que formase el nudo de la historia que en criterios de exquisitez táctica o técnica. Por ejemplo, a este respecto puede observarse como lo japoneses introducen en el campo una ametralladora Vickers, típica del ejército británico, para coaccionar a Nicholson que, si bien pudiese tratarse de una capturada, es exagerado el propósito para el que se la trae al film. Por otro lado el Sten - Mark I se hace obsoleto para el año 1943 como para ser portado por un comando de asalto. Ya desde una perspectiva de lógica hay piezas que no terminan de encajar en el desarrollo. Así, cuando la película da apenas inicio podemos ver como Shears está procediendo al entierro de un compañero en el cementerio del campo, al tiempo que lamenta las constantes muertes que se producen por las inhumanas condiciones del campo y por el inclemente coronel Saito (al que alude como si de una enfermedad más se tratase); paradójicamente, durante los meses que duran los trabajos en el puente apenas mueren un par de prisioneros. Otro error de lógica puede apreciarse en una de las reuniones que en su despacho mantiene el coronel Saito con Nicholson tras haber sacado a este del “horno” en el que había permanecido durante días sin apenas haber comido o bebido: a pesar del fatigoso e irregular paso que realiza, fruto de su duro y largo encierro, resulta llamativa la fortaleza que presenta, hasta en su voz, una vez da un par de sorbos a un vaso de whisky al que Saito le invita.


LA FRASE. “En circunstancias normales la obligación del soldado que cae prisionero es intentar la fuga pero mis soldados y yo nos hallamos en una particularísima situación legal que usted desconoce: en Singapur recibimos la orden de rendirnos firmada por el Alto Mando. La orden ¿comprende? Así que en nuestro caso la fuga podría ser una infracción de las leyes militares. Curioso ¿no? (…) Sin leyes, comandante Shears, no hay civilización” (Coronel Nicholson a Shears). Constituye un perfecto resumen, no sólo del porqué de su apego a los códigos militares y respeto hacia los mismos, sino también del cómo dar a entender tales normas a los soldados rendidos. Algo que, no obstante, no fue una doctrina unánimemente seguida en la contienda y, pese a lo que pueda creerse, mucho menos en el bando aliado. Nicholson reitera los motivos al doctor Clipton: “Vuelva a fijarse, Clipton. Algún día terminará la guerra y espero que todos los que crucen por este puente en años venideros sepan cómo se construyó y quién lo construyó: no un grupo de esclavos sino de soldados, soldados británicos”.


PARA QUIEN. Sencillamente para todos los públicos. Aun tratándose de un clásico del cine, con sus manidos temas y su defectos, constituye una buena muestra del cine bélico bien hecho y sin tergiversaciones malévolas ni voluntad de adoctrinamiento. Una entretenida historia que merece ser vista y disfrutada de principio a fin. El contenido histórico, dada su escasa contextualización, es bajo, como también lo es la escasa presencia de la temática amorosa. Es precisamente eso lo que consigue dar un logrado resultado final en los demás temas.


VALORACIÓN. Las diferencias que, a título de curiosidad, mantuvieron el autor de la novela y los guionistas del film, también en las recogidas de los diversos premios, podrían haber hecho añicos el renombre de esta producción. Sin embargo “El puente sobre el río Kwai” ha perdurado como uno de los grandes clásicos no ya del cine bélico sino del séptimo arte en general. Aun teniendo en cuenta la pobreza obligada por las circunstancias en algunos puntos del film, el resultado final es una película fantástica que no ha hecho sino sobrevivir al paso del tiempo de una forma notable. El final, sorprendente y lleno de acción constituye la guinda para una gran película.