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sábado, 24 de noviembre de 2012

ALMIRANTE YAMAMOTO (RENGO KANTAI SHIREI CHÔKAN: YAMAMOTO ISOROKU)



SINOPSIS. En la guerra del Pacífico, en el sureste asiático, Japón busca nuevas vías para consolidar y expandir su Imperio. A los ya de por sí bastos terrenos que ocupan, junto a la guerra que mantienen con China, deciden incorporar nuevos territorios, entre ellos las estratégicas islas de Pearl Harbor, misión que deciden encomendar al insigne Isoroku Yamamoto. Sin embargo, conocedor de las arduas dificultades que plantea dicha misión así como la entrada de Estados Unidos en la guerra, decide establecer un plan de ataque destinado a obtener una rápida victoria. Comienza así, un periplo de batallas por el Pacífico que nos muestra tanto el desarrollo de la contienda desde la perspectiva nipona como desde los dilemas personales y estratégicos que vivió el sagaz Yamamoto.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. No hay duda al respecto: el protagonista. Por el año 1968, lo más atractivo y sugerente para el público, sobre todo si la película tenía la intención de ser exportada, consistía en la producción de películas de acción con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. No obstante Seiji Maruyama fue un paso más allá y acometió el que pasaba por ser el hasta entonces único relato cinematográfico de un personaje de primer orden en la contienda, el almirante Yamamoto, representado por un genial y ya consagrado Toshiro Mifune. Este alarde creativo de Maruyama era a todas luces una circunstancia que constituía toda una osadía dada la carestía de medios que exigía tal producción y la carencia de los efectos digitales actuales. Una película sobria, al fin y al cabo, pero con un muy buen trabajo documental acompañando los pasos vitales del almirante Yamamoto, genialmente representado, y todo ello con el sello fácilmente perceptible de las producciones japonesas.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Película japonesa y director japonés primerizo en cuanto al cine bélico se refiere no permiten augurar un gran resultado en cuanto a las exigencias técnicas que este cine exige. Y así es, efectivamente. A lo largo del film podemos observar un auténtico festival de tomas parcheadas, maquetas por doquier, tomas aéreas con aviones de juguete en primer plano simulando tomas subjetivas, explosiones en figuras de plástico, escenas repetidas, etc. El rigor histórico que “Almirante Yamamoto” consigue de una forma bastante notable se ve malogrado por una, si bien acorde con los tiempos, paupérrima dotación presupuestaria, amén de las limitaciones técnicas de aquel entonces. A ello cabría sumar el papel de los actores secundarios con unas actuaciones en su mayoría mediocres y planas, a lo que no contribuye el rigorismo cinematográfico japonés.


COMPARACIÓN. Por evidentes cuestiones históricas y por razón del contenido la película de Maruyama por imperativo trae a colación en la mente del espectador otras películas, ya sean más o menos posteriores, ambientadas en el frente del Pacífico y que toman parte de los temas que en esta hallan su reflejo. Quizás la más evidente, tanto por temática como por la factura japonesa, es la imperecedera “Tora! Tora! Tora”, que toma también como núcleo o punto de partida el ataque a Perl Harbour, si bien esta última resulta, de modo objetivo, infinitamente mejor en todos los aspectos. En otro orden de cosas, y sin huir del aspecto comparativo, en “Almirante Yamamoto” observamos un recurso temático que enlaza con otras creaciones y que suponen prácticamente una constante en el cine bélico japonés ambientado en la Segunda Guerra Mundial, cual es el de asentar el núcleo de la trama en un alto oficial del ejército imperial con un pasado vinculado a los Estados Unidos o que guarda reminiscencias, cuando no admiración, por dicho país. Temática esta que puede observarse en películas recientes como, por ejemplo, “Cartas desde Iwo Jima”.


HISTORIA. Isoroku Yamamoto, el principal personaje de esta película, es uno de esos grandes nombres de la Segunda Guerra Mundial, que no por el hecho de no haber pertenecido ni al bando aliado, ni a la Wehrmacht deja de ser uno de los genios de aquella. Salvando las diferencias de las circunstancias de las contiendas que estuvieron bajo su batuta con otras que se produjeron, su calidad militar estuvo a la altura de la de los grandes contendientes como Rommel, Auchinleck, Eisenhower, Patton o Montgomery. No obstante, su notable periplo militar por esta contienda terminó por sucumbir a los perturbadores intereses políticos que, desde esferas ajenas al oficio castrense, terminaron por condicionar su impecable labor de mando así como su independencia de mando que, sin aquella influencia, se había probado como de una enorme valía. Casi, o sin esa concesión a la diferencia, podemos considerarlo como el Erwin Rommel del Pacífico dado que la intervención y la fiscalización por parte de las altas instancias limitó a ambos en su amplitud de miras militar así como en la planificación de las maniobras. No obstante, Rommel debió sus impedimentos al hecho de tener que operar de lado del ejército italiano y a la limitación que ello suponía, más que a decisiones políticas, que también. Otros como Montgomery tuvieron que someter su espíritu combativo a las necesidades ajenas y al hecho de actuar con diversos aliados, lo que le forjaría choques estratégicos en el Alto Mando Aliado. Yamamoto, en tanto comandante en jefe de la Flota Combinada de la Armada Imperial Japonesa tuvo mayores fuerzas bajo su mando que los anteriores pero el influjo político imperial era casi directo, lo que era una cortapisa directa en sus pretensiones, tal y como podemos observar en muchos momentos de la película, lo que no empece el calificativo de genio militar de Yamamoto. Tanto es así que resulta casi unánime la consideración de que la muerte de este militar supuso el punto de inflexión que convirtió la posible derrota de la nación nipona en un hecho inexorable.

Descendiente de familia de tradición samurái y personaje cultivado en artes varias, conocedor del mundo occidental por sus estudios en la Universidad de Harvard, muy pronto se enroló en el mundo militar formándose desde su juventud en la Escuela Naval Imperial Japonesa, ascendiendo progresivamente en la escala de la Armada Imperial Japonesa llegando a participar en la guerra ruso-japonesa, en la que perdería dos dedos por la explosión de una granada.

Fue precisamente de su ascenso y las posiciones que ocupaba en base a ello, que aprovechó para realizar diversos viajes por los países occidentales durante los últimos años de la década de los veinte y primeros años de la década de los treinta, viajes en los que evidenció su soberbio academicismo militar aprehendiendo e importando técnicas de construcción y diseño, así como diversos aspectos tácticos de cada una de las flotas. De hecho, sus conocimientos no pasaron inadvertidos, hasta el punto de que fue el militar seleccionado como representante del país nipón para la participación en las negociaciones de los acuerdos armamentísticos internacionales, entre ellos el controvertido de reducción de armamento de 1934 celebrado en Londres. Su meteórica carrera no se detuvo y siguió escalando posiciones en la Marina Imperial, pasando por el cargo de vicealmirante y llegando a ser el máximo responsable de la Flota Combinada del Imperio del Japón en agosto de 1941.

Precisamente ese era el cargo que desempeñaba a finales de 1941, cuando la perspectiva de la ofensiva sobre Pearl Harbour comenzaba a tomar forma. Yamamoto, consciente de los peligros de un planteamiento tan somero como fugaz en la ofensiva contra este país, era contrario a una guerra contra los Estados Unidos, sobre todo en el caso de que ésta se prolongase más de un año (postulado coincidente, curiosamente, con el mantenido por Rommel al otro lado del planeta). Bajo fuertes presiones de índole política y en abierta controversia con los altos oficiales de la Marina Japonesa, Yamamoto logró desechar el inicial plan de acometer la ofensiva contra los americanos en mar abierto toda vez que era un perfecto conocedor de la capacidad técnica y, sobre todo, material de éstos. Manifiesta en la película, seguramente en concordancia con la realidad, que “si la guerra es inevitable, sólo hay una forma de ganar: destruir a la flota americana en Pearl Harbour”, postura que reitera al Ministro Konoe, al cual le insiste en el hecho de que “en dos o tres años no puedo asegurarle nada”. La situación, en términos de planteamiento, la resume el protagonista al inicio de la película: “Japón es un país pequeño, con poca industria, en una guerra contra los Estados Unidos la única forma de sorprenderles es atacarles en su base más adelantada e intentar aprovechar la ventaja de la sorpresa para lograr la victoria”. Así, el 3 de noviembre de 1941, aun bajo la manifiesta reserva que evidenciaba Yamamoto respecto del ataque contra los Estados Unidos, fue aprobado el plan de ataque sorpresa a Pearl Harbour y los elementos de la armada allí anclados.

Así, dada la orden de inicio del ataque, bajo la clave “Tora – Tora – Tora”, el 7 de diciembre comenzó la ofensiva japonesa sobre Pearl Harbour. Con Yamamoto al mando de la operación, que dirigía desde el portaaviones Akagi, en la misma fueron empleados, y en varias oleadas, medio millar cazabombarderos y torpederos en un ataque conjunto partiendo de seis portaviones, logrando la destrucción de buena parte de la flota americana sita en la isla. Se logró causar severos daños a diversos buques, así como el hundimiento de otros en la misma bahía, como el HMS Arizona. Por el bando americano perecieron del orden de 2.500 hombres por la pérdida de apenas una docena de aviones nipones. No obstante el resultado, tomado por buena parte de los altos oficiales como un enorme éxito, causó una cierta desazón entre los más avezados, entre ellos Yamamoto, puesto que consciente de la importancia de tal elemento de combate, ninguno de los portaviones que se esperaba se encontrasen en la bahía de Pearl Harbour para ser destruido se encontraba allí. Este hecho, a la postre, sería uno de los factores, entre otros muchos, del progresivo derrumbe y derrota final de la Marina Japonesa.


A propósito de la relatividad del éxito de tal operación, se han abierto, frente a la simple y tradicional asunción de los hechos, corrientes históricas profusas en argumentos que han propugnado que dicha ausencia de los portaviones no era casual, a cuyo efecto advierten de determinadas circunstancias concurrentes en aquellas fechas. Proponen quienes defienden esta tesis que se trató de un ataque, sino provocado, cuando menos consentido, por el presidente americano Roosevelt dado que éste tenía el firme propósito de entrar en la contienda pero que, dada la animadversión de la opinión pública americana y los altos mandos del Ejército, carecía de una causa que le habilitara para hacerlo. Descartada la táctica del hundimiento de un buque propio culpando a los japoneses (técnica del “false flag” o “false sinking”, empleada ya con el Marne en 1898 para iniciar la guerra por Cuba contra los españoles) para lograr su cometido, arguyen quienes defienden este postulado, obligó a Japón a atacar a Estados Unidos, forzando un bloqueo de la exportación de petróleo americano a dicho país y ocultando al público las negociaciones que los emisarios japoneses mantuvieron hasta el mismo 7 de diciembre. A ello se añade el hecho de que el Ejército de los Estados Unidos disponía de los códigos secretos de encriptado de los mensajes japoneses, bastando con no revelarlos al mando de Hawai, además del hecho de la reducción de las fuerzas defensivas en tales islas, medida que provocó reiteradas protestas alzadas por el almirante Richardson, al mando de los contingentes allí sitos. Debe sumarse, a todo lo expuesto, la casualidad de que precisamente los portaaviones con base en Pearl Harbour se hallasen todos conjuntamente de maniobras y a una considerable distancia. Casualidad o no, lo cierto es que los hechos abren la puerta a las suspicacias.

Sea como fuere, el hecho es que la contienda se prolongó más de un año, como hacían prever los vaticinios más negativos de Yamamoto, lo que, como éste había predicho, comenzó a traducirse en derrotas japonesas a manos americanas. Señaladamente pueden referirse los fracasos en Guadalcanal, en la bahía de Leyte y, sobre todas ellas, en la decisiva batalla de Midway, en la cual teniendo el mando su almirante Nagumo (y tal como se recoge en la cinta que analizamos) se perdieron cuatro portaaviones (Akagi, Kaga, Soryu e Hiryu), parte de la fuerza aérea y numerosas tropas, amén del sacrificio, en una misión suicida, del buque insignia de la Marina Imperial Japonesa, el acorazado Yamato. Así las cosas, el 13 de abril de 1943, las tropas americanas, que, como anticipamos, habían descifrado los códigos japoneses de comunicación, interceptaron un mensaje del ejército japonés, en el que se informaba de la llegada en avión del almirante Yamamoto a algunas bases japonesas de las Islas Salomón. La aviación estadounidense preparó una emboscada y el 18 de abril consiguió derribar sobre la isla de Bougainville al avión que transportaba al almirante Yamamoto. Su puntualidad metódica, facilitó el trabajo de los aviones americanos. Como no podía ser de otro modo, fue enterrado en Yasukuni-Jina siguiendo los cánones militares y con honores de Estado.


Una cuestión a la que merece la pena prestar atención es el alto grado de disensión que, con acierto histórico, se reproduce en la película entre el Ejército Imperial y la Marina Imperial, cuyo único eslabón de unión se representa en el protagonista de la película. Es este, el de la separación entre secciones militares de un país, un factor que, observado desde la ventaja que ofrece la distancia del tiempo, se erigió en un factor crucial en la derrota de las fuerzas de diversos países contendientes. Francia cayó ante las fuerzas alemanas no sólo a causa de la blietzkrieg, que también, sino por que ésta dio en el punto débil de las fuerzas armadas galas: la nula coordinación de su infantería, contingentes blindados, suministros y fuerzas aéreas. Italia incurrió en el mismo error, lo que tendría idénticas consecuencias de no ser por sus colegas de la Wehrmacht; pero en su caso no se debió a la casualidad organizativa sino a la firme creencia del Duce de que la separación entre los segmentos de sus fuerzas (especialmente la Marina y Fuerza Aérea) crearía un nivel de competencia tal entre ellas que implementaría los resultados obtenidos.

Y así, tal y como concluye la cinta, Isoroku Yamamoto, después de 16 meses del ataque a Pearl Harbour y tras liderar una guerra a la que se opuso desde el principio, murió en primera línea del frente. Sin embargo, ha de llamarse en esta conclusión a dos reflexiones: que ningún militar que se precie se opone a la oportunidad de demostrar su valía y sus conocimientos y que la primera línea distaba demasiado del lugar de fallecimiento de Yamamoto.


APARTADO TÉCNICO. Sobre este punto esta película nos plantea una evidente dicotomía. Por un lado, teniendo presentes tanto las deficiencias técnicas del cine japonés de la época como la circunstancia de que ésta que analizamos era precisamente una de las primeras en aventurarse en cine bélico de esta contienda, es plausible el intento. Pero, por otro lado, y como lo loable no empece lo obvio, las carestías con las que contaba el equipo de producción se muestran por doquier bien que el equipo de producción no se escondió en el simple hecho de intentar colocar elementos técnicos en la cinta sino que se atrevió a desplegar todos esos elementos (aviones, acorazados, etc.) en pleno combate incuso con osadas tomas (véanse las subjetivas de los aeroplanos). De lo más destacable son los Mitsubishi A6M “Zero” o los A5M tanto en el ataque a Pearl Harbour como en los restantes combates, apareciendo otras piezas de combate que ora no son acreedoras de mención ora no resultan reconocibles por el poco meticuloso abuso del maquetismo. Las imágenes originales de los bombarderos B-25 norteamericanos, dan un punto de dignidad al conjunto.


Sin embargo, “Almirante Yamamoto”, a pesar de sus manifiestas deficiencias, nos ofrece la posibilidad de ponernos ante los dilemas estratégicos del Alto Mando nipón cuando su ataque sobre Hawai es inminente. Podemos observar cómo se incide en la creación o adaptación de los aviones torpederos en atención al poco calado (40 pies) que presenta la bahía de Pearl Harbour; también presenciamos momentos en los que vemos como, tras arduos y ténicos debates, solventan la presencia de los aviones patrulla de las fuerzas aéreas de Pearl Harbour así como, mediante diversas precisiones estratégicas, intentan conservar su factor sorpresa puesto que dicho factor era, según el propio Yamamoto, la clave de bóveda de la acometida.


ERRORES. El catálogo de errores resulta largo y tendido, con algunos especialmente significativos lo que, rompiendo una lanza a favor de los productores de “Almirante Yamamoto”, se cohonesta con las carencias con las que éstos tuvieron seguramente que trabajar. Sin embargo, algunos errores son perfectamente subsanables y obedecen a una simple falta de atención. De este modo, pueden señalarse en cuanto errores técnicos las ya referidas taras que las maquetas producen en cuanto a la reproducción, no sólo de los aviones, sino en los portaaviones, en cuya esteticidad hace especial mella la mala factura de las mismas.

Sin embargo, los deslices no se quedan sólo en lo estético dado que a lo largo de la trama van apareciendo algunos que causan cierta desazón. Así, al inicio de la película, en una escena en la que observamos a Yamamoto en su despacho del almirantazgo con la fecha subtitulada: 16-6-1947. Fecha manifiestamente equívoca casi dos años posterior a la finalización de la contienda y cuatro respecto de la muerte del personaje que protagoniza el film.

Errores de índole técnica aparecen esparcidos de principio a fin. De éstos, se persevera gravemente en uno. Y es que constantemente se presenta a los cazas nipones combatiendo con las bombas adosadas a la parte inferior de su casco, lo que sólo sería entendible en las escenas correspondientes al ataque sobre Pearl Harbour o, a lo sumo, en Midway o Leyte, pero no en combates aéreos o, lo que es más grave, en funciones de escuadra en las que la labor de vigilancia y rápida defensa exigen una mayor agilidad así como que la ausencia de objetivos concretos no es acorde con la presencia de aquellas. De este modo, podemos advertir la presencia de dichas bombas en los A6M encargados de la guarda del avión en que viaja Yamamoto. De haber sido así en la realidad, los P-39 Lightining americanos lo hubieran tenido aún más fácil de lo que lo tuvieron para acabar con la vida de Yamamoto.


LA FRASE. “Paz paciente antes que guerra victoriosa” (Isoroku Yamamoto). Una sentencia que resume perfectamente la filosofía de guerra que, en lo que a los Estados Unidos se refiere, practicaba el susodicho personaje. Gran estratega y militar de grandes dotes tácticas supo advertir el peligro de tomar la senda de atacar al Tío Sam, a lo que sin embargo, y pese a sus reticencias nunca se negó. Su baza era la derrota americana en el breve plazo de un año pero era conocedor tanto de las limitaciones materiales y estratégicas de Japón como de la superioridad material de los norteamericanos a medio plazo. Constantes frases a lo largo de la película reproducen este tipo de meditaciones que, a buen seguro, al auténtico Yamamoto le costaron más de una noche de sueño: “Las revoluciones no arruinan un país; en cambio las guerras sí”, “Señor, debería ir usted a Estados Unidos y contar sus fábricas”.


PARA QUIEN. En términos históricos puede ser una buena y didáctica película para quienes busquen referencias e información sobre el almirante Yamamoto, no sólo por la acorde imagen que de él se da sino también por el hecho de que la factura nipona de la película contribuye a dar una perspectiva de aquellos cuyos padres se encomendaron a su figura en la labor de defensa de su país. Como película, por lo demás, es deficiente en todos los aspectos y poco recomendable de no ser por la curiosidad de poder visionar el primitivo cine bélico japonés, tan diferente en lo cualitativo respecto de las cintas contemporáneas sobre la Segunda Guerra Mundial.
  


VALORACIÓN. Ruda y deficiente en lo estético, sin mayores dificultades de planteamiento, plana y esquemática en lo que se refiere a los personajes, su mayor virtud es la de recrear la figura de un personaje tan señero e importante como el almirante Yamamoto, un militar cuya valía resulta patente desde el momento en que su muerte supuso un punto de inflexión inexorable del Imperio Japones en su camino hacia la derrota definitiva dos años después. Un personaje que se viene a recrear de una forma más que correcta, aunque pesada en ciertos puntos de carácter (excesivo academicismo y falto de emotividad), su actuación sólo se ve empañada por los elementos que le rodean que no son sino fruto de los errores de un cine japonés aun lejos de la calidad que suele ostentar en el presente. Digna de ver, pero no de repetir.